jueves, diciembre 29, 2005

(re)tomando el control de nuestras vidas

(re)tomando el control de nuestras vidas

Crítica del mito del progreso, de la civilización industrial y de la violencia técnica

Hace ya muchos años que nos aseguraron que la Historia había llegado a su fin. El capitalismo triunfante decretaba la muerte de las ideologías -salvo la suya propia, claro está-, erigiéndose como la culminación, justa y necesaria, de la Historia de la Humanidad. Se aseguraba que el inicio del nuevo milenio sería el del bienestar, la prosperidad y la abundancia para la totalidad de la Humanidad. El mesianismo de los que se llaman racionalistas. Nada nuevo bajo el sol. La mentira es hoy más que evidente. La caída del muro de Berlín no supuso el fin de las ideologías ni el fin de la Historia, sino su continuación bajo el dominio de la única ideología permitida: la del progreso, conducida por los bueyes del capitalismo y la tecnocracia. Pero el bienestar augurado por ese mito –más que ideología- moderno sigue sin llegar. Llevamos escuchando sus mentiras desde hace más de dos siglos y los beneficios tan cacareados no aparecen más que en forma de migajas que además nos condenan a la mayor de las miserias, cada día somos más ricos en cosas e infinitamente más pobres en experiencias, en nuestras relaciones y en el desarrollo de nuestras potencialidades como seres humanos[1]. La miseria de nuestras vidas parece así inversamente proporcional a la cantidad de bagatelas que nos vende el capital, tratando con ello de tenernos dormidos para que no cuestionemos el sistema.

Desde el siglo XIX llevamos escuchando a los defensores del progreso, ya fuesen éstos liberales o marxistas, anunciar la llegada del reino de la abundancia. Nos anunciaban, extasiados, el fin de todos los males de la humanidad con sólo seguir al pie de la letra sus dictados. Nos mintieron, nos dijeron que la industrialización acabaría con todas las penurias a las que había estado sometida la Humanidad desde el comienzo de los tiempos: hambre, enfermedades, trabajo, miseria. Mentiras, mentiras, mentiras. La Historia, a pesar de que la declaren muerta y enterrada, no miente al respecto. El siglo XX no fue el siglo de la prosperidad como anunciaban los profetas del progreso, sino el del horror. En nombre del progreso se cometieron las mayores atrocidades que ha conocido la Historia. El siglo XX es el siglo de Auschwitz, que no fue una excepción de la Historia como nos quieren hacer creer para que respiremos satisfechos y podamos dormir tranquilos y sin remordimientos, achacando la barbarie a los desvaríos de un loco que engañó a todo un pueblo con una ideología endemoniada que nada tiene ya que ver con nosotros pues fue derrotada. Auschwitz sigue presente en nuestras vidas, puesto que no fue una excepción de la Historia, sino una consecuencia del progreso, de la Ilustración, de esa concepción del mundo que ve a éste y a los seres que lo habitan como objetos, como útiles, como seres inertes.

Queriendo liberar al ser humano, el liberalismo y la Ilustración lo han condenado a la peor de las esclavitudes, la que lo reduce a su dependencia material. El ser humano queda reducido a nuda vida, a su simple existencia biológica, convirtiéndose en el homo sacer del que habla Agamben[2]. La infinita complejidad humana se somete a los imperativos de la biopolítica, en la que al ser humano sólo se le reconoce su existencia biológica, sin tener en cuenta las posibilidades de realización de esa existencia, aspecto éste sobre el que insistiré más adelante.

Reyes Mate rastrea las “razones” últimas de Auschwitz en la crítica que los avisadores del fuego[3] Rosenzweig y Benjamin hacen del idealismo inherente a la filosofía occidental:

El idealismo tiene dos movimientos. Por un lado, coloca el sentido fuera de la realidad, en el mundo de las ideas; de esta forma se produce un desprecio de la experiencia ya que se vacía la realidad de significación. Por otro, su querencia al monismo, esto es, la reducción de la pluralidad de la vida, de la riqueza del mundo de la vida, a la unicidad del concepto. La alianza entre estos dos arietes –el desprecio de la vida con el monismo- produce resultados demoledores en lo tocante a la interpretación de la experiencia, sobre todo a la experiencia del sufrimiento.[4]

Pero no se trataría tanto, en mi opinión, del idealismo, sino del mito de progreso subyacente a todas las ideologías de la Modernidad. Es el mito del progreso, sustentado en la ideología, del tipo que sea, el que lleva a considerar al ser humano como algo contingente, sujeto a las “necesidades” del avance de la Historia, de la nación o de la economía. Es esa ideología la que justifica la barbarie, ya sea ésta Auschwitz –era necesario exterminar a los judíos por el bien de la raza alemana-, Hiroshima –era necesario emplear la bomba atómica para terminar la guerra- o Bhopal –es necesario que existan fábricas de productos químicos, aunque sean peligrosas, por el bien de la Humanidad-. El bien de la raza, la nación o la Humanidad, entidades abstractas, siempre por encima del bien de las personas, de los seres humanos concretos, ya sean los judíos exterminados por el nazismo, los japoneses víctimas de la bomba o los habitantes de Bhopal víctimas de la mayor catástrofe ecológica de la Historia[5]. El progreso no entiende de moralidad. Todo debe quedar supeditado a su avance inexorable.

A pesar de todo, el mito del progreso sigue intacto, como si nada hubiese ocurrido o como si todo lo ocurrido no fuese con nosotros. Es el gran enigma de la docilidad[6], de la inconsciencia que nos hace seguir caminando hacia el abismo, sin darnos cuenta que tarde o temprano caeremos por el precipicio. Y al hablar de caída, de catástrofe, no me refiero tanto a la catástrofe ecológica, espectacular, que, en caso de llegar, es posible que lo haga cuando ya el ser humano haya dejado de existir, al menos tal y como lo concebimos ahora[7]. Es cierto que estas catástrofes existen y que su incidencia es cada vez mayor: tsunamis, huracanes, fugas radiactivas, pandemias, etc., y que se llevan por delante miles de vidas, que, para los tecnócratas, no son más que daños colaterales del progreso, pobres que no tuvieron el dinero suficiente para ir a vivir a una urbanización de lujo en un país del primer mundo alejados de los peligros tóxicos, nucleares o naturales[8].

Pero la peor de las catástrofes es la catástrofe cotidiana que padecemos, la violencia técnica que reduce al ser humano a un objeto. Cualquier relación humana se haya irremediablemente mediada, no podemos tener relaciones libres si no somos libres y mientras no tengamos el control total y absoluto de nuestras vidas jamás podremos considerarnos libres. Nuestras vidas están dominadas por fuerzas que se escapan a nuestro entendimiento y control y no tratamos aquí de un problema metafísico, sino de la supeditación de todo lo humano a los criterios que marca el mercado, la industria y la tecnificación del mundo. La dimensión humana desaparece absorbida por los imperativos del desarrollo del capitalismo tecno-industrial. No se puede detener el progreso, aunque este tenga consecuencias catastróficas para nuestras vidas. Poco importan los problemas que pueda provocar la construcción de un TAV en las vidas de las personas que habitan las tierras por las que va a pasar. No se tiene en cuenta la degradación de la tierra y las especies y las consiguientes consecuencias para el medio ambiente y la vida en general –incluida la humana- provocadas por la introducción de organismos modificados genéticamente. Tampoco es importante que las relaciones humanas sean cada vez más difíciles, insatisfactorias y falsificadas. Nadie se cuestiona realmente que nuestra forma de vida esté convirtiendo a nuestros niños en monstruos sin sentimientos y sin capacidad de comprensión de la realidad, absortos en las pantallas de sus videoconsolas, sin ver que hay un mundo más allá de los videojuegos. Nada importa, nada se cuestiona mientras las estadísticas de la economía nos sigan asegurando que crecemos a un ritmo mayor del previsto y que progresamos hacia un mayor bienestar.

El bienestar nos llega en forma de coches más rápidos, de nuevos canales de televisión y de bagatelas tecnológicas con las que sólo se deslumbra a pusilánimes y mediocres. ¿Cómo se puede hablar de prosperidad haciéndolo exclusivamente en términos de posesiones materiales? La felicidad, el desarrollo personal, la autosatisfacción, la intensidad de las relaciones humanas, todo aquello que realmente nos habla de la prosperidad y de la consecución de una vida plena y satisfactoria, son descartados por no cuantificables en las estadísticas. El bienestar se mide en relación a la posesión de cosas, pero éstas acaban poseyéndonos a nosotros, al obligarnos a pensarlo todo, incluido el ser humano, en función de criterios cosificantes tales la posesión/no posesión. Ésta es una de las consecuencias más palpables de la biopolítica, de la reducción del ser humano a nuda vida[9]. El sistema asegura un desarrollo material como nunca antes en la Historia se había conocido –al menos en los países del llamado primer mundo-, pero es un desarrollo doblemente falso. En primer lugar porque su principal motivación es atarnos más al sistema, creando falsas necesidades, que son cubiertas con nuevos productos, vendiéndonos siempre cosas que no necesitamos y que no se diferencian en nada a los que ya tenemos, pero aún así debemos comprarlas para estar a la última, es la obsolencia programada de la tecnología, cuyas consecuencias se transmiten también al ser humano, sólo lo nuevo es válido para el sistema, por eso aparcamos a los viejos donde no nos molesten. En segundo lugar porque la riqueza material esconde la pobreza de la experiencia de nuestras vidas, que trata de camuflarse por medio de sucedáneos, ya sea en el trabajo, desvalorizado y empobrecido con la especialización, la productividad a ultranza y la precarización; en la vida cotidiana, cuyos valores son sustituidos por los del ocio, alienante y vaciado de cualquier contenido que enriquezca nuestra vida; o en las relaciones humanas, que adoptan el lenguaje y las formas de la cosificación perenne a que somos sometidos, quedando reducidas a la estandarización y a tratar con las personas como si fuesen objetos.

Todo esto ocurre, y esto es lo más grave, en medio de la más absoluta indiferencia, cuando no colaboración, por nuestra parte. Nos dejamos llevar. Protestamos cuando colocan una antena de telefonía en nuestra azotea o cuando se construye una autopista al lado de nuestra casa, pero enseguida lo olvidamos porque no podemos vivir sin el teléfono móvil y el coche. ¿Hasta qué punto somos conscientes de que nuestro modo de vida ha entrado en una espiral de locura? ¿Hasta qué punto somos capaces de dar marcha atrás o al menos detener la marcha que nos lleva al colapso? ¿Somos todavía capaces de (re)tomar el control de nuestras vidas, de volver a ser humanos?

El ser humano se abandona a su propia (auto)destrucción, alegremente, despreocupado, como si nada fuese con él. A cambio de su muerte recibe bagatelas, sucedáneos de vida empaquetada. Los adalides del progreso, los gurús de la economía liberal jalean su victoria. La falsa oposición, encarnada en los ecologistas y la socialdemocracia, plantea tímidas objeciones: piden un desarrollo sostenible, moratorias para el cultivo de transgénicos, más transporte público o energías renovables. Temen ahondar demasiado en sus críticas so pena de que les acusen de antiprogresistas, de bárbaros, cuando los bárbaros son aquellos que condenan a la Humanidad a su disolución. Se convierten así en cómplices necesarios, en garantes del sistema:

Han aceptado solemnemente vivir en un mundo contaminado, a condición de que la contaminación tenga límites estadísticamente razonables y ellos puedan participar en su medición. Sueñan con un mundo de controles técnicos cada vez más eficientes y de empresas que contaminan pero pagan, de políticos que se equivocan pero dimiten.[10]

Sólo contribuyen a reforzar el sistema y a atarnos más a la dictadura tecnocrática, esperando sentados el día en que el sistema estalle para proclamar orgullosos: «ya os lo advertimos», sin ser conscientes de que ellos son tan responsables como las empresas y los gobiernos.

El panorama aquí dibujado es francamente desesperanzador y, por desgracia, las alternativas reales que nos permitan (re)conducir el mundo hacia una dimensión más humana y (re)tomar el control de nuestras vidas son escasas y deben enfrentarse a todos los mecanismos de propaganda y de represión del sistema, por lo que la mayoría de la gente no llega jamás a plantearse estos problemas y si lo hace es de forma parcelaria, viendo sólo una parte de los mismos –la contaminación o el cambio climático- sin ser conscientes de que sólo son una parte de la totalidad del crimen que se está cometiendo contra la Humanidad. Esto conlleva una actitud de resignación, de aceptación sumisa por parte de la inmensa mayoría de la población, pero lo que sorprende es que esa actitud resignada se vislumbre también en muchas personas conscientes, cuya única propuesta parece ser cruzarse de brazos y esperar el colapso de la civilización industrial, sin darse cuenta –o quizás sí- de que ese colapso también les arrastrará a ellos[11]. Son las dos caras de una misma moneda, el mito del progreso y el mito del eterno retorno que nos devuelva al jardín del Edén neolítico[12], las dos suponen el abandono del pensamiento crítico, las dos forman parte del dejarse llevar al que nos arrastra el sistema.

Frente a la anomia dominante que trata de evitar que pensemos en la irracionalidad intrínseca a nuestra forma de vida como en un todo que hay que combatir en todas sus partes, es necesaria una recuperación del pensamiento crítico que nos proporcione las bases para el tan necesario combate, que será a vida o muerte y en el que habrá que luchar contra un enemigo que utiliza todos los recursos de la megamáquina, incluido el monopolio de la violencia que se autootorga. Por ello, la tarea revolucionaria que se enfrente a la megamáquina debe ser más consciente que nunca de las contradicciones del sistema y aprovecharlas para derribarlas. Por tanto, si vivimos en un sistema que recurre constantemente a la violencia, no sólo física, sino también –y fundamentalmente- técnica, el recurso a la violencia para combatir ese sistema es más que legítimo, es necesario. Como Benjamin decía en su tesis octava de Filosofía de la Historia: “La tradición de los oprimidos nos enseña que la regla es el «estado de excepción» el que vivimos”[13]. Esa consciencia del estado de excepción en el que vivimos es el que nos autoriza moralmente al recurso a la violencia contra el sistema que suspende el derecho[14]. Esta violencia revolucionaria benjaminiana se debe entender fundamentalmente como una violencia defensiva de la Humanidad contra la dictadura tecnocrática y su violencia técnica, adoptando diferentes estrategias subversivas: el sabotaje industrial, científico y biotecnológico; la insumisión a la escuela, al trabajo alienado o a la mercantilización de las relaciones humanas; la subversión de los criterios del mercado por medio de la (re)apropiación y (re)utilización de productos, y otras formas de lucha consciente y firme contra el sistema, todo ello sin descartar que la lucha adopte un grado mayor de violencia según avance y el sistema responda con toda su maquinaria represiva. Si algún día la Humanidad llega a ser libre no lo será sin haber derribado antes los pilares de la civilización industrial. Estamos en guerra contra esta sociedad y no la abandonaremos sin luchar.



NOTAS:

[1] “Nos hemos hecho pobres. Hemos ido entregando una porción tras otra de la herencia de la humanidad con frecuencia teniendo que dejarla en la casa de empeño por cien veces menos de su valor para que nos adelanten la pequeña moneda de lo «actual»”, Walter Benjamin: “Experiencia y pobreza”, Discursos interrumpidos I, Taurus, Madrid, 1987, p. 173.

[2] Giorgio Agamben: “Forma-de-vida”, Medios sin fin. Notas sobre la política, Pre-Textos, valencia, 2001, pp. 13 y ss.

[3] “expresión benjaminiana con la que designa a quienes avisan de catástrofes inminentes para impedir que se cumplan”, Reyes Mate: Memoria de Auschwitz. Actualidad moral y política, Trotta, Madrid, 2003, p. 137.

[4] Reyes Mate: Memoria de Auschwitz. Actualidad moral y política, Trotta, Madrid, 2003, p. 138.

[5] Las víctimas directas del escape de gases letales de una fábrica de pesticidas de la Union Carbide Corporation en Bhopal (India) en 1984 fueron 8.000, a las que hay que sumar otras 20.000 que han muerto a lo largo de los años sucesivos como consecuencia de esta “catástrofe”, otras 150.000 sufren daños irreparables y unas 500.000 personas se vieron afectadas en mayor o menor medida. La fábrica fue abandona pero no descontaminada y todavía hoy sigue liberando sustancias químicas contaminantes.

http://archivo.greenpeace.org/bhopal/index.htm

[6] Pedro García Olivo: El enigma de la docilidad. Sobre la implicación de la Escuela en el exterminio global de la disensión y la diferencia, Virus, Barcelona, 2005, pp. 11 y ss.

[7] No podemos descartar que el avance de las biotecnologías y las inteligencias artificiales acabe por consagrar la obsolencia del ser humano.

[8] No olvidemos que Union Carbide trasladó la producción de determinados productos químicos de Estados Unidos a la India después de que una pequeña fuga causase el pánico entre la población estadounidense.

[9] “La biopolítica, esto es, la reducción del hombre a nuda vida, sin ninguna proyección universal, sería el fracaso de la Modernidad porque si sólo hay nuda vida, la vida se reduce a supervivencia, sin ningún reconocimiento.”, Reyes Mate: op. cit., pp. 78-79.

[10] Los Amigos de Ludd y los enemigos del mundo industrial: “Prestige. Los secretos de la adaptación moderna”, Ekintza Zuzena, 30, 2003, pp. 14-15.

[11] El mesianismo y resignación de ciertos personajes que dicen oponerse al progreso es espeluznante: “Con todo, si no hay lugar al optimismo, tampoco lo hay al pesimismo, pues la catástrofe, en definitiva, no es que Occidente se hunda, sino que subsista. Que el mundo moderno se desmorone es, en todo caso, la única esperanza para quienes mantienen viva alguna fe en la humanidad. Quizá la consumación de la Caída esté inscrita en el proyecto divino como condición necesaria para que hasta las substancias más sórdidas que el progreso rezuma se transmuten, cual materia prima de la Obra alquímica, en las piedras preciosas que cimienten los muros de la Jerusalén celestial.”, Agustín López Tobajas: Manifiesto contra el progreso, José J. de Olañeta Editor, Palma de Mallorca, 2005, p.125.

[12] “La cuestión más grave en torno al primitivismo es que, en su sesgo más explícito, es la otra cara del discurso tecnológico y ultraprogresista del presente. Ambos obedecen a los mismos planteamientos anti-históricos. La civilización hiperindustrial engendra tanto el entusiasmo tecnófilo como la búsqueda del salvajismo primitivo. Las dos utopías dramáticamente enfrentadas, se encuentran en los polos de una sociedad que quiere evitar a toda costa que el pensamiento crítico escape de la tumba de las banalidades al uso.” Los Amigos de Ludd: “Carta abierta a los primitivistas”, Los Amigos de Ludd, 7, 2004, p. 16.

[13] Walter Benjamin: “Tesis de Filosofía de la Historia”, op. cit., p. 182

[14] Giorgio Agamben: Estado de excepción. Homo sacer II, 1, Pre-Textos, Valencia, 2003, p. 88.





7 Comments:

Blogger Andrés Devesa said...

Muchas gracias por tus comentarios, Colibrí.
Nuestro mundo (por desgracia) cada vez se parece más a las distopías de Orwell, Huxley o Bradbury y a las novelas cyberpunk de Gibson, Stephenson o Sterling. En todo caso, da miedo.
Benjamin, en mi opinión, es uno de los autores más lúcidos de la historia y (¿quizás por eso?) es uno de los grandes desconocidos e ignorados. Así nos va.
Jeje, yo también lo había pensado, estos amiguitos liberales, en cuanto ven un texto largo que intenta además aportar argumentos críticos y ofrecer una visión diferente de esa utopía económica que no se creen ni ellos, desaparecen.
Algún día escribiré un artículo relatando la conversación que tuve, en vivo y en directo con un liberal que me dio la razón en TODO (el mundo se va al carajo, estamos explotando a millones de pobres, estamos al borde del colapso, este sistema es radicalmente injusto, etc.), pero que afirmaba con una sonrisa, que a él le daba igual, mientras tuviese un coche, una tele de plasma, dinero y televisión por cable le daba todo exactamente igual... Y luego me llamarán a mi nihilista... en fin... algún día tendré que escribirlo, aunque lo que de verdad lamento es no haber tenido una grabadora para escucharlo en su propia voz...
Un saludo

7:37 p. m.  
Blogger coquinas said...

Hola. Leo bastante su blog y me parece realmente excepcional y, sobre todo, lúcido. En este artículo en concreto me gustaría destacar lo referente al consumo y las supuestas necesidades. Inmejorable. Con respecto a la educación no lo tengo tan claro.
Gracias por compartir sus perspectivas.

1:44 p. m.  
Anonymous Anónimo said...

Devesa, me he leido tu texto entero para poder hablar con conocimiento de causa. Hablas en tus comentarios de un liberal al que convenciste de que todo lo que creia era falso pero le bastaba con un coche y una tele de plasma. No habia escuchado un argumento mas pueril desde el bachillerato. Claramente tienes el clasico problema del intelectualillo frustrado: no vales ni para dar por el culo pero en el fondo de ti estas convencido de que eres la repolla de bedoya. A eso se le llama resentimiento intelectual, o mas bien, intelectual resentido. Me alucina ver tu llamamiento a la violencia antisistema en nombre de Walter Benjamin. Por lo que veo en tu texto no tienes ni puta idea de las ideas de Benjamin y lo conoces por segundas fuentes y citas indirectas, pero no voy a ponerme pesado por esa minucia (por cierto, al contrario de lo que dices en otro comentario, Benjamin no esta ni mucho menos olvidado; lo estuvo en sus origenes, pero desde que lo recupero Theodor Adorno, forma parte del panteon dorado de los criticos culturales del sglo XX; habra pocos ensayistas mas leidos y conocidos). Lo que me interesa subrayar es que coincides en tu critica del progreso con la metafisica cristiana. Nosotros creemos que el progreso tecnico y cientifico es exclusivamente contingente, como tu, mira por donde. En el fondo los marxisto-nietzscheniano-descerebrados como tu no sois mas que un subgenero resentido del judeo-cristianismo. Por otro lado, llama la atencion que un mascapan que nos insulta a casi todos en blogs ajenos y que nos reparte sus monsergas ciberneticas en internet se ande quejando del mal explicito de la modernidad tecnologica. Dices exactamente: "El bienestar nos llega en forma de coches más rápidos, de nuevos canales de televisión y de bagatelas tecnológicas con las que sólo se deslumbra a pusilánimes y mediocres". Debias aniadir: "a pusilanimes y mediocres como yo, que no soy mas que eso, aunque me resisto a decirmelo a mi mismo y trato de hacerme creer que no es asi". Que haces tu sino perder horas elaborando un panfletillo ilegible con infulas de filosofia cyberpunk y la distribuyes en internet haciendo uso de esa "bagatela tecnologica" que tanto criticas? Devesa, deberias estar agradecido de que el pentagono que tanto odias haya inventado y desarrollado una tecnologia como internet que permite a panolis fracasados como tu dar cierta distribucion a sus ideas de oligofrenico. Encima de tonto, resentido. Encima de mascapan, desagradecido.

4:28 p. m.  
Blogger Andrés Devesa said...

En fin... un ejemplo más de todo lo dicho... Me acusa de no tener "ni puta idea" pero no aporta NI UN SOLO argumento, se limita a insultar y a soltar tópicos. Bien chaval, así da gusto... Por cierto ¿sólo te has leído los comentarios y no el texto? Porque todas tus alusiones corresponden a mi comentario en respuesta a colibrí lillith, salvo lo de la alusión a Benjamin, que curiosamente aparece al final del texto. Y, por cierto, he leído a Benjamin, al que SÍ cito en el texto y no sólo de segunda mano. Si hay un autor al que cito es a Benjamin, en casi todos mis textos -si te das un paseo por el blog lo verás- le cito, de primera mano (sic). Y la alusión a la violencia va más allá de una violencia antisistema como la llamas tú, es el recurso de los "oprimidos", la tan trillada frase de benjamin: “La tradición de los oprimidos nos enseña que la regla es el «estado de excepción» el que vivimos”. Es ese estado de excepción en el que vivimos y sobre el que se funda vuestro derecho el que legitima a la humanidad que quieres ser libre a resisitr, porque no otra cosa es esa violencia, RESISTENCIA. Ahora sólo nos faltaba que también tratáseis de manipular la historia y hacer de Benjamin un teórico liberal como ya habéis intentado hacer con Orwell y otros.
Y lo de que utilizo el ordenador y demás tópicos ni me molesto en contestar, la respuesta está implícito en el texto. Lo que jamás haré desde luego es abandonar esta sociedad sin luchar como os gustaría que hiciésemos todos los que la criticamos, que nos fuésemos al campo a vivir como en la prehistoria y predicar con el ejemplo, ¿no? ¿ese es todo vuestro argumento? Pues NO, yo me quedo aquí a luchar con las armas que pueda y en mi caso la que creo más adecuada es esta.

9:29 p. m.  
Anonymous Anónimo said...

interesante post, los autores que citan merecen posts individuales aparte.
nunca me ha disgustado del todo el famoso "mundo feliz". aunque sea un argumento simplista, alcanzar la felicidad es nuestro primer objetivo, que todos vivamos en ella, aunque los medios no sean los mejores, sería un gran avance.

y farenheit 451, qué grande truffaut (y la novela, claro).

si te digo cómo he ido a parar a tu blog, te descojonas..

saludos a los lectores "liberales" y resentidos.

11:20 a. m.  
Anonymous Anónimo said...

"Pero la peor de las catástrofes es la catástrofe cotidiana que padecemos, la violencia técnica que reduce al ser humano a un objeto."

Brillante post, corto y pego y envío. Olé.

11:35 a. m.  
Anonymous Anónimo said...

¡Gran reflexión! (aunque sea ya antiguo este escrito)
Sí, el ser humano en la actualidad es un "esclavo moderno". Pero lo peor es que no es consciente de su esclavitud, aun a costa de su propia vida, de su propia experiencia vital.
Respecto a los insultos de alguien por ahí, lo mejor es no contestar a esta gente. El que insulta pierde inmediatamente toda autoridad a la hora de emitir sus opiniones. Lo único que demuestra es el gran amargamiento de su carácter y su agresividad. ¡Qué pena!
Saludos,
Sarah

11:13 p. m.  

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