Repensando a Durruti. La construcción mítica del pasado en pos de la realización de la revolución
Fue un amargo mes de noviembre en que una bala atravesó su pecho. Una bala como cualquiera de las que silbaban aquellos días. Un pecho como el de tantos otros que también cayeron. Una calle solitaria de Madrid. Una vida truncada como las de tantos miles de desconocidos cercanos y lejanos al mismo tiempo.
Su corazón dejó de latir hace ya mucho tiempo. Y junto a él murieron un poco todos los corazones. Los corazones de todos aquellos que soñaban con mundos nuevos se pararon por un instante, sintieron un pinchazo en sus pechos y entonces lo supieron, aunque no fuesen conscientes en ese momento, es probable que muchos jamás llegasen a saberlo. Pero en ese momento lo intuyeron. Había muerto.
Durruti ha muerto. Pero ese día murió algo más. Ese día murió también la Revolución Española. No se trata de establecer una relación causa-efecto entre la muerte de Durruti y la derrota de la revolución. No existe esa relación. Pero existe otra, más profunda y que parece querer decirnos algo. Una relación fantasmagórica, metanarrativa y elíptica entre la figura del héroe del pueblo y la acción de ese pueblo. Durruti y la Revolución como un mismo ser.
Hans Magnus Enzensberger, en su libro El corto verano de la anarquía. Vida y muerte de Durruti, apunta hacia esa dirección. Enzensberger destaca el carácter de mito colectivo que pasa a tener Durruti tras su muerte. Durruti pierde en el momento de su muerte su individualidad, disuelta en una representación colectiva de la revolución misma. El revolucionario ejemplar ejemplifica el devenir –y sobre todo el final de ese devenir- de la propia revolución. Su nacimiento, su breve pero intensa vida y su trágica muerte, rodeada del silencio, el misterio y la traición, las negras sombras de la historia.
La revolución murió no porque muriese Durruti, sino que Durruti murió porque la Revolución moría. El héroe no podía sobrevivir a la Revolución traicionada porque se hubiese traicionado a sí mismo. Podríamos pensar en un escenario como el que magistralmente dibuja Borges en su relato Tema del traidor y del héroe. Borges narra la historia del héroe popular descubierto como traidor por sus propios compañeros y que decide hacer un último servicio a la causa fingiendo su propia muerte a manos de un falso traidor. El héroe se mitifica, se sincretiza con la revolución de la que ya no podrá separarse jamás. Durruti no fue un traidor, no ideó su propia muerte como un medio para reparar su traición, como el héroe de Borges. Pero ambos siguen caminos paralelos. Ambos unen su vida, en la hora de su muerte, a la de la revolución por la que tanto habían luchado en vida.
La revolución murió, pero de ella queda el mito, el recuerdo vivo, el aliento de un pasado (a)histórico, de un tiempo mítico de titanes armados con star y naranjero. Para quienes viven en el anhelo de un mundo nuevo existe una necesidad vital de mirar hacia el pasado, pero no con la mirada fría del historiador, sino hundiéndose en él, sintiéndolo, viviéndolo, implicándose. Ese discurso metanarrativo –apreciable en la obra de Enzensberger- es el que permite alcanzar un grado de comprensión del pasado que nos lleve a su realización en el futuro, es decir, a su superación. Y esa enseñanza del pasado no la podemos adquirir por medio del estudio de la historia, sólo llegará a través del mito, de la leyenda, de la creación colectiva, como colectiva es la revolución.
La semilla que alumbre una nueva revolución está escondida más que nunca en nuestros corazones, tan sólo debemos abrirla, y para ello debemos abrir nuestro corazón a ese pasado fantasmagórico, volver la vista atrás y avanzar con paso firme hacia un mañana en el que no necesitemos recurrir a los héroes, en el que no recordemos con nostalgia a los que un día empuñaron el fusil y en el que refugiarse en la pluma no sea una forma de esconder nuestra cobardía. Para ello, profundicemos en el ese pasado mítico, pues sólo así lograremos elevarnos por encima de la historia y construir un futuro que ahora se nos escapa.
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