domingo, octubre 02, 2005

Progreso


A W. B.



El sueño de la razón produce monstruos;

terribles monstruos que surgen

de las profundidades del bosque

que fue nuestro íntimo refugio.

Atormentadores endriagos

de mil rostros y cien mil manos

que nos escupen a la cara

la verdad atroz de la Historia,

sin luz ni guía, no ha lucero,

estamos sólos en el ahora y nunca.

Las callosas cobrizas alas

baten con violencia al viento,

levantando una orquestal polvareda

que se transforma en tempestad

y amenaza con borrar

cualquier lejano recuerdo

de lo que un día fuimos

cualquier asomo de asombro

al discernir un futuro.

Entre las olas del plúmbeo océano

de nuestra consciencia

asoman las pútridas fauces del Leviatán,

juez inmisericorde, que nos arrojó

con desprecio, entre risotadas,

a nuestra humana conditio.

Ciegos fueron los que aceptaron,

cruel regalo, presente envenenado

que, paradoja de los siglos,

a la Humanidad condena .

Sólo al calor de los pechos

de la sincera locura –mater amantissima-

podremos contemplar el rostro bifronte

de un dios, anciano como el mundo

y neonato al mismo tiempo.

Dios primigenio cuya luz cegadora

puede guiar hasta los fértiles valles

más allá de la cabaña

que habitan los gemelos

o, por el contrario, conducirnos

hasta el más profundo abismo

que imaginar se pueda

y del que ni un nuevo –por primordial-

Hombre podría soñar alzarnos.

Todo fluye a nuestros pies

mientras buscamos el sendero,

aquel del sabio chino,

que nos libera y condena, tiempo

al tiempo. Caminamos seguros,

o al menos eso creemos,

guiados por un niño

de hermosos rizos y ojos vivos,

pequeños y negros, como nuestras vidas,

como nuestros sueños y miedos.