Progreso
A W. B.
El sueño de la razón produce monstruos;
terribles monstruos que surgen
de las profundidades del bosque
que fue nuestro íntimo refugio.
Atormentadores endriagos
de mil rostros y cien mil manos
que nos escupen a la cara
la verdad atroz de la Historia,
sin luz ni guía, no ha lucero,
estamos sólos en el ahora y nunca.
Las callosas cobrizas alas
baten con violencia al viento,
levantando una orquestal polvareda
que se transforma en tempestad
y amenaza con borrar
cualquier lejano recuerdo
de lo que un día fuimos
cualquier asomo de asombro
al discernir un futuro.
Entre las olas del plúmbeo océano
de nuestra consciencia
asoman las pútridas fauces del Leviatán,
juez inmisericorde, que nos arrojó
con desprecio, entre risotadas,
a nuestra humana conditio.
Ciegos fueron los que aceptaron,
cruel regalo, presente envenenado
que, paradoja de los siglos,
a la Humanidad condena .
Sólo al calor de los pechos
de la sincera locura –mater amantissima-
podremos contemplar el rostro bifronte
de un dios, anciano como el mundo
y neonato al mismo tiempo.
Dios primigenio cuya luz cegadora
puede guiar hasta los fértiles valles
más allá de la cabaña
que habitan los gemelos
o, por el contrario, conducirnos
hasta el más profundo abismo
que imaginar se pueda
y del que ni un nuevo –por primordial-
Hombre podría soñar alzarnos.
Todo fluye a nuestros pies
mientras buscamos el sendero,
aquel del sabio chino,
que nos libera y condena, tiempo
al tiempo. Caminamos seguros,
o al menos eso creemos,
guiados por un niño
de hermosos rizos y ojos vivos,
pequeños y negros, como nuestras vidas,
como nuestros sueños y miedos.
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