lunes, octubre 09, 2006

Fahrenheit 451 se despide


“Y hoy os diré que no sólo hay que comprometerse escribiendo,
sino viviendo.”

Pier Paolo Pasolini



Hace ya un año que inició su andadura este proyecto. Fueron varios los nombres que barajé, pero finalmente decidí tomar prestado el de la novela de Ray Bradbury. Consideraba que esta distopía reflejaba bastante bien la sociedad en la que vivimos, este “mundo feliz” en el que nada es lo que parece, todo se vende y se compra ―incluidas las ideas― y pensar por uno mismo es, cuanto menos, algo sospechoso y, a menudo, peligroso.

A lo largo de este tiempo he aprendido muchas cosas, aunque nunca he dejado que a mi rostro se asome el asombro, pues nada hay ya que pueda sorprendernos en este mundo en el que vivimos. De este modo, he visto como la realidad parecía obstinarse en confirmar aquello que he escrito. No me jacto de ello, pero tampoco me avergüenzo de haber dicho siempre todo lo que quería decir. Estos breves apuntes sobre la realidad quizás no han contribuido a cambiar nada, pero al menos espero que hayan servido para desenmascarar un poco lo que se oculta tras lo aparentemente real.

Nada ha cambiado y hoy creo más firmemente que nunca en la necesidad de destruir hasta los cimientos esta sociedad. Sin embargo, diversas circunstancias me llevan ahora a clausurar Fahrenheit 451. Su agotamiento y el mío propio. Pero que nadie se engañe, esto no implica el abandono de la lucha. Todo lo contrario. Es tan sólo una parada para tomar aire y recuperar fuerzas. La rendición no entra en mis planes. Cuando se llega a este punto no se puede abandonar, porque cuando se ha sentido el cálido aliento de la vida y de la libertad, abandonar el juego implica la muerte. La muerte-en-vida del esclavo satisfecho o la dulce caricia del revólver sobre la sien. Ambas nos han seducido en algún momento, pero hay quienes preferimos abrazar la vida y lo que no nos mata nos hace más fuertes.

Algún día los malos tiempos arderán, pero para ello es necesario que prendamos la mecha, no podemos esperar a que esta sociedad se derrumbe por sí sola y, desde luego, no la abandonaremos sin luchar. Ya no valen medias tintas, es hora de abrazar definitivamente la causa del Diablo. Nadie dijo que fuese fácil, el camino está lleno de obstáculos, pero es preferible luchar por aquello que merece la pena, aunque caigamos una y otra vez y nos golpeemos y el dolor nos oprima el pecho, que vivir una vida falsificada de felicidad enlatada lista para consumir.

Gracias a todos y a todas los que han pasado alguna vez por aquí. Quien quiera escribirme ya conoce mi correo y quien me quiera encontrar no tiene más que buscarme. Y gracias especialmente a una persona, esa llama jamás se extinguirá. Nada volverá a ser igual.

¡Odio y Amor!

martes, julio 11, 2006

Apuntes para una historia aún por escribir


Apuntes para una historia aún por escribir




Soñé que me quitaba la vida con un fusil. Cuando salió el disparo, no me desperté, sino que me vi yacer, un rato, como un cadáver. Sólo entonces me desperté.

Walter Benjamin



Uno de los fenómenos más desconcertantes e irritantes del sistema capitalista es esa capacidad que parece tener para absorberlo todo –incluida la crítica más lúcida y feroz que se le pueda hacer– como si de una bayeta se tratase. Cuando la mierda amenaza con volverse demasiado visible se saca la bayeta y se frota la sucia superficie de la realidad, limpiando aquello que enturbia el alegre colorido de los baldosines y que habla de la verdadera suciedad, la que se esconde entre las grietas de este edificio llamado capitalismo. Se limpia la superficie y después basta con exprimir la bayeta, expulsando como agua sucia al cubo de los derrotados de la historia a aquellos que alzan la voz para nombrar la auténtica podredumbre. Los baldosines quedan resplandecientes de nuevo, pero la mierda sigue estando ahí, oculta por el brillo de los muebles siempre nuevos y de los resplandecientes aparatos eléctricos.

La historia, por desgracia, nos habla de la derrota continua de la revolución. Derrota continua, pero nunca completa, pues siempre podremos encontrar una luz en el pasado que nos ilumine lo suficiente para orientarnos en la oscuridad y lograr encontrar la salida del túnel en el que nos hallamos. Pero el poder es consciente de ese potencial que se esconde en el pasado y no puede tolerarlo, por eso, la mejor estrategia para evitar el resurgimiento de la crítica radical y revolucionaria consiste en la recuperación de esa misma crítica, domesticándola, adelantándose a sus posibles herederos para desalentarlos, desorientarlos y poder presentar así la derrota como inevitable. La recuperación desarma al pasado de su contenido emancipatorio y lo reduce a mera anécdota, a folklore. Gracias a esa capacidad del capitalismo de fagocitarlo todo podemos ver a Durruti convertido en el protagonista de una sosa novela negra, a los anarquistas españoles presentados como defensores de la democracia, a los surrealistas reducidos a un grupo de poetas y artistas o a Debord y los situacionistas pintados como unos bohemios que dejaban pasar la vida por las calles de París. Se trata de derrotar de nuevo a los eternos perdedores, que son además burlados al ser utilizados para justificar y reforzar aquello contra lo que lucharon.

Esa recuperación no consiste tanto en alterar la historia como en dar la versión de la misma que mejor se avenga a los intereses del orden dominante. Nadie puede negar que Durruti fue un moderno bandolero, un aventurero del que podrían hacerse películas al gusto de Hollywood –que ya hizo una película inspirada en el guerrillero anarquista Quico Sabaté, convenientemente expurgada de los elementos incómodos– con solo cambiar algunos escenarios y diálogos. Pero Durruti era mucho más que eso, era un gigante con un corazón que no le cabía en el pecho, era un luchador, un anarquista, una persona que entregó su vida a la tarea de destruir este mundo para construir uno nuevo sobre sus ruinas. Nosotros lo sabemos y ellos lo saben y la mejor forma de neutralizar el potencial emancipatorio que tiene su figura es convertirlo en objeto de esa historia vacía que nos venden los historiadores profesionales o en un fetiche revolucionario cuya memoria queda reducida a la añoranza de unos tiempos que no volverán. La vida y obra de Durruti quedan convertidas, por obra y gracia del capitalismo contra el que luchó, en una bonita canción o en una novela de aventuras con buenos y malos que nos hablan de tiempos en los que la lucha tenía sentido, hoy ya no lo tiene, nos aseguran, mintiendo y esperando que la mentira se convierte en verdad algún día. Para evitar que esa realidad pueda llegar a ser tal debemos mirar a la historia. La verdadera tarea del historiador es dar un “salto de tigre al pasado” y traer de vuelta a Durruti, no para reeditar sus gestas, pues la nostalgia nunca es revolucionaria, sino para escuchar su voz grave y tomar la mano que nos tiende desde el pasado rompiendo el continuum de la historia, vengándole a él y a todos los derrotados de la única forma en que puede hacerse, creando ese mundo nuevo ahora.

El poder siempre camina unos pasos por delante de sus críticos, por lo que ya conoce el terreno que éstos tienen todavía por delante y puede así adelantarse a sus movimientos. De ese modo, la recuperación se inicia antes de que los revolucionarios puedan siquiera haber llegado a agotar las posibilidades de su crítica y de su pulso al capitalismo. Eso es lo que le sucedió a las ideas de la Internacional Situacionista. Hace ya muchos años que los situacionistas fueron convertidos en objeto musealizable, en protagonistas de libros que no suelen aportan nada más que autocomplacencia y nostalgia, hasta el ingobernable Debord es citado y alabado por sujetos a los que no ocultó su más profundo desprecio mientras estuvo vivo. Pero no se puede dejar de anotar que el proceso de recuperación de los situacionistas comienza muy pronto, aunque ese proceso se haya acelerado en las últimas dos décadas. Ya en su época de mayor esplendor, a finales de los años sesenta del pasado siglo, se daban los primeros pasos hacia esa recuperación, la disolución de la IS fue una medida para tratar de combatir esa recuperación, pero no la pudo evitar.

Esa domesticación del potencial revolucionario de las teorías situacionistas tuvo uno de sus puntos álgidos en vida del propio Debord y éste tuvo su parte de responsabilidad al colaborar en el documental de Canal + Guy Debord, son art et son temps, quizás la única concesión que hizo en su vida al sistema al que tanto combatió y despreció, pero que fue un paso más en ese proceso de recuperación de sus ideas y, sobre todo, de neutralización de su legado. Fue el gran error –no el único, desde luego, pero sí el único que de verdad se le puede reprochar– de uno de esos personajes extraños de la historia, extraño porque jamás se vendió –el documental pudo ser un error, pero nunca fue una traición a sus ideas–, y no hay elogio mayor que se le pueda hacer, viendo como han acabado tantos otros, incluidos muchos de sus antiguos camaradas de la IS. Debord no llegó a ver estrenado el documental, se suicidó unos meses antes y una pregunta flota en el aire: ¿fue ese su último gesto de coherencia y de radical libertad? Es posible, pues nunca escondió su pesimismo, pero a pesar de todo y aun si fuese cierto eso, su vida y su acciones nos hablan antes que nada de “organizar el pesimismo” tal y como decía Walter Benjamin, otro pesimista que no quiso dejarse arrastrar por ese pesimismo, sino dotarlo de significado, aunque también él acabase suicidándose. Y citar a Benjamin junto a Debord no es casual, ambos tenían mucho más en común que el hecho de que acabasen suicidándose, su visión lúcida todavía nos asombra, iluminando los oscuros callejones de un sistema que aparenta –sólo aparenta– no tener salida. Ser consciente de las derrotas que jalonan la historia no supone dejarse llevar por el desencanto, sino todo lo contrario, preparar el camino para la superación de esa historia.

La disolución de la crítica situacionista en el batiburrillo interesado de las vanguardias, del arte experimental o de la crítica de los mass media cruza ahora a este lado de los Pirineos –todo llega tarde aquí–, cuando en Francia hace ya mucho que tomó impulso. En los últimos meses una pequeña avalancha de publicaciones de y sobre la IS ha llegado a los estantes de las librerías, aunque no todas tengan, evidentemente, las mismas intenciones. Lo único que les une es que reflejan el creciente interés que despiertan las teorías situacionistas. Entre esas publicaciones podemos encontrar el afán puramente arqueológico y comercial de editoriales como Anagrama, publicando libros como la novela Todos los caballos del rey de Michèle Bernstein o un conglomerado de textos de Debord, El planeta enfermo, publicitados como inéditos en castellano aunque no lo sean. Estos textos, a pesar de su incontestable valor crítico, sólo sirven a los intereses recuperadores de aquella teoría crítica presentándola como algo muerto, como una reliquia de aquel glorioso mayo francés cuyo eco parece no apagarse nunca. Las razones de su publicación no son las de avivar las llamas de la revolución, sino los beneficios económicos, pues siempre habrá unos cuantos que compren esos libros, aunque sólo sea por interés bibliográfico e historiográfico –me incluyo en esa lista– y, sobre todo, el dotar a Anagrama de un prestigio como editorial de “vanguardia” y “comprometida”, engañando así a aquellos que se quieran dejar engañar, puesto que si tuviese el más mínimo interés en llevar cabo una tarea editorial crítica mejor haría publicando libros que aportasen argumentos para un debate sobre las condiciones del mundo en el que vivimos, actualizando la crítica del mismo. Es más fácil, menos arriesgado y mucho más rentable vendernos las ilusiones de revoluciones pasadas que apostar por la dura tarea de preparar las condiciones para un nuevo combate.

En una línea radicalmente distinta, en la de repensar lo que supuso la crítica situacionista y las consecuencias que podemos extraer de su derrota, se inscriben dos libros aparecidos también en los últimos meses. No voy a hacer una reseña de los mismos, simplemente los cito para destacar la labor crítica de unos pocos que no se conforman con mirar con nostalgia al pasado sino que lo interpelan para buscar en él el aliento que nos permita iniciar un nuevo asalto. El primero de ellos En el caldero de lo negativo, de Jean-Marc Mandosio, lleva a cabo una crítica de las limitaciones teóricas y prácticas que tuvo la Internacional Situacionista y que propiciaron tanto su fracaso como la posterior recuperación de sus ideas, siendo su objetivo la actualización de esa crítica y su superación, conservando en la mochila el legado valioso que aún conservan muchas de las ideas de los situacionistas. El segundo, Historia de un incendio. Arte y revolución en los tiempos salvajes. De la Comuna de París al advenimiento del punk, de Servando Rocha, es, tal y como dice su subtítulo, una historia de la relación entre arte y revolución a lo largo del último siglo y medio, historia en la que los situacionistas tienen un destacado papel. Esta historia, que rastrea en “los asaltos que se ejecutan en ella y a través de ella”, se inscribe en la concepción historiográfica benjaminiana, que busca en la tradición de los oprimidos ese pacto secreto entre el pasado y el presente que permita romper con la marcha inexorable de la historia. El historiador no debe limitarse a narrar la triste historia de aquellas derrotas, sino dotarlas de significado para la construcción del ahora, propiciando la oportunidad para un nuevo asalto. Esa es la tarea del historiador que se tenga por revolucionario. Este libro nos da pistas sobre ello, tejiendo un fino pero resistente hilo que nos une a esa historia.

El objetivo de quienes detentan el poder y de aquellos que gustosamente colaboran con ese poder es que no podamos aprender del pasado otra cosa más que a llorar nuestras derrotas. El potencial emancipatorio que tiene ese pasado plagado de derrotas debe ser desterrado, de ahí el interés en presentarlo como algo muerto e inmóvil, un producto más para consumir, no sea que a través de pequeños saltos podamos traer a la luz del presente a esos derrotados para crear un ejército capaz de hacer frente de nuevo a este mundo. Porque eso es lo importante, da igual lo radical que pueda ser una idea o un teoría, si no engarza con la realidad de su tiempo es simplemente algo vacío, y es tarea de los revolucionarios de hoy llevar a cabo esa labor de artesano, unir los pedazos del pasado para construir un ahora que detenga la marcha de la historia, esa locomotora que nos conduce al abismo.

Tengamos siempre en la memoria la visión de ese cadáver, el cadáver de la revolución, sólo fijando en la retina su imagen podremos algún día darnos cuenta que no estaba muerto, simplemente dormía esperando el día en que sonase la campana para un nuevo asalto, esperando que éste sea por fin el definitivo, aquel que quede por fin marcado en el calendario, aquel que detenga el tiempo vacío de la historia e instaure el tiempo-ahora, el tiempo en el que los eternos derrotados de la historia salgan de sus tumbas para unirse a la gran fiesta de la revolución. Escribamos esa historia, rompamos la Historia.

domingo, julio 02, 2006

¡Ravachol vuelve!

¡RAVACHOL VUELVE!

Respuesta a los aprendices de artista…



A través de numerosos emails, el pasado jueves 29 de junio a las 20.30 horas se había convocado la realización de un “atentado artístico” por medio de “poesía caótica” a la altura de la Plaza de Callao de Madrid, justo frente a la entrada de la FNAC. La acción consistiría en la lectura simultánea de poesías por parte de los participantes (sumergidos por un día en el sueño de ser actores) con el eje común de que debían contener la expresión “terrorismo artístico”. La convocatoria carecía supuestamente de organizadores, aunque estaba perfecta y rotundamente delimitada por medio de una serie de instrucciones en las que se explicaba, inclusive, el significado de ésta. Su fin era, según los convocantes, que “la poesía caótica que realicemos sea un símbolo de caos y arte”. El acto, anunciado como “una respuesta al estímulo que causa el orden y el no-arte de las calles de Madrid”, decía pretender “romper el ritmo, subir la voz, desordenar el ambiente, tirar por los suelos las pautas monótonas que nos ofrece la ciudad, despertar al viandante con poesía, sonido y desorden”.

Ya desde un primer momento y tras la lectura del desarrollo y naturaleza de la acción vimos claramente que se trataba del inocente juego, sin mayor problema para el urbanita y el transeúnte ávido de compras en plena zona comercial, de algún grupo de aspirantes a poetas, o peor aún, de apóstoles del arte moderno, la performance y la defensa de la propia miserabilidad del arte en el mundo de hoy. Bajo estas razones decidimos provocar nosotros mismos una pequeña interrupción y ofrecer a sus participantes una idea antagónica a tal acción: que el “no-arte” no es lo mismo que el antiarte y que el artefacto del arte como forma de subversión y terrorismo cultural podía residir en la figura de alguien como el legendario anarquista Ravachol.

El panfleto, redactado y firmado entre el Colectivo de Trabajadores Culturales La Felguera y el proyecto Farenheit 451, llevaba por título “¡Ravachol vuelve!” y tenía como propósito ser repartido entre los participantes de tal acto. Lamentablemente y tras comprobar como la treintena de personas participantes (cuya práctica totalidad eran adolescentes, salvo su jefe-organizador que, subido a un par de cajas y con una ridícula nariz de payaso, dirigía la acción) abandonaban a toda prisa el lugar después de la inofensiva en grado máximo lectura de poemas como si se tratase de un grupo de nerviosos ladrones que huyen tras el atraco a un banco (¿pensarían quizás que habían hecho alguna maldad?), nos fue casi imposible entregar los panfletos. Lejos de acontecer ese caos profetizado por los convocantes, la acción quedó perfectamente, y sin mayor problema, integrada en el discurrir cotidiano de una ciudad acostumbrada ya a este tipo de propuestas que bien podrían ser subvencionadas por la obra social de alguna entidad bancaria.

Para aportar un elemento de debate a la proliferación de este tipo de formas vacías y caducas de cierto ejercicio de arte moderno y del coqueteo -lógicamente, sin quemarse los dedos- con las ideas de terrorismo cultural y de antiarte, reproducimos la octavilla en cuestión.

(Para ver su formato original, junto a la foto del propio Ravachol que lo acompañaba, entra en www.nodo50.org/lafelguera)

¡RAVACHOL VUELVE!

¿Un arte moderno como opuesto al arte burgués? La cuestión realmente importante no es si el arte aún tiene (o no) cosas que decir. Damos por supuesto que los disidentes y rebeldes buscarán incansablemente y cada cierto tiempo visibilizar la opresión, atacar a los opresores y los mecanismos que perpetúan este sistema inmundo o experimentarán con cierta forma de poder (¿arte callejero?). Si se hará uso de disciplinas artísticas para este fin o no será una cuestión de estrategias y de las condiciones que en ese momento se impongan y del tipo de respuestas que se demanden... El problema es que el arte y sus instituciones han creado una nueva religión (museos, el concepto de “obra de arte” y de “artista”...) con sus correspondientes sacerdotes (críticos, gestores culturales...). Hoy, el arte moderno gusta, es autocomplaciente y, por supuesto, la mayoría de sus propuestas son conservadoras y reaccionarias. No revolucionan sino que bajo el parapeto de “arte experimental” se autojustifican. No es valiente. Nadie arriesga. El arte moderno es hoy patrocinado por las grandes corporaciones y es parte de la cultura del llamado “mundo libre”.

Nosotros, por supuesto, rechazamos el arte y la cultura sin que el mundo haya sido cambiado profunda y radicalmente. No nos conformamos, ni tan siquiera, con una parcial victoria, porque aspiramos a algo superior, a una nueva sensibilidad que en nada tendrá que ver con inofensivos poemas simultáneos, un bonito cuadro o una performance al uso. ¿Una auténtica performance? Poemas pintados en cada esquina, ciudades ardiendo, gente en la calle expresando radicalmente sus deseos y banderas negras en cada edificio del gobierno. En definitiva: aspiramos a la realización del arte, a la revolución, el terror. Si se pretende imponer una cierta revitalización neodadaísta, de promoción de prácticas de la modernidad, nosotros estaremos en otro lado, junto a Ravachol que fue un mediocre músico que compuso malas canciones sociales pero que, por el contrario, fue todo un experto en el manejo y uso de la dinamita. Se acabó el juego: no busques nada en el viejo saco roto del arte moderno.

“Callaos, no comprendéis nada: no se trata de vuestros poemas”

Louis Aragon

Colectivo de Trabajadores Culturales LA FELGUERA

FARENHEIT 451, Crítica a la vida cotidiana




miércoles, junio 28, 2006

matemáticas


matemáticas


dos más dos son cuatro

¿cómo no?

todo es cuestión de método

las matemáticas

son ciencia pura

mas no apta para puristas

porque las canciones mienten

aunque los niños

y los locos

y los tontos

y los borrachos

y yo mismo

digamos siempre la verdad

absurda palabra

que no vale

nada

porque en una economía liberal

dos y dos

no siempre suman cuatro


viernes, junio 23, 2006

Nocturnidad

Nocturnidad


Me sorprendo, contemplándome

en la extraña distancia de una noche de verano sin fin,

a orillas de un lago de estancadas y opacas aguas,

en un lejano presente por vivir.

Aullando a la luna,

blasfemando a cuatro patas,

girando sobre un efímero círculo

trazado con orín en la arena.

Las fauces salivan

con sabor a sangre seca

de un tibio recuerdo ya casi olvidado.

El negro y encrespado falo repleto

de decenas de avispas coléricas

que zumban, agitándolo violentamente

sobre el pálido

(casi traslúcido) cuerpo

de una hermosa niña

de incipientes sensuales senos,

el púdico pudor apenas cubierto

por las alas de una libélula.

Aúllo delirando de placer

al lamer sus delicados rosados pies,

mordiendo lentamente, extasiado,

los pequeños dedos aún calientes.

Dulce gotear veneno

sobre la intacta carne, sabroso alimento

para lobo-hombre no satisfecho.

¡Ah!, el verbo, el glorioso verbo innominado

al fin desentrañado,

arrancándoselo al cabrón ante sus ojos.

Pero la envidia del asqueroso bastardo

es más profunda que los siglos

y de su odio nace una enredadera

que trepa por mi lomo;

látigo que restalla mordiendo la carne,

fuego cegador, fuego helado.

Soga cerrándose sobre el cuello,

arrastrándome por la arena

de la que brota una flor de loto

de majestuosos y perfumados pétalos color granate

que dejan ver una horrenda boca

con afilados dientes de cuarzo

que se cierran sobre mi hinchada verga,

arrancado de mis entrañas un grito de dolor

que hace estremecerse a los propios dioses.

Y donde se erguía el poderoso miembro

queda un abismo insondable

del que brota un chorro de sangre negra.

Olor a muerte, fuego, dolor

delicioso, cálido dolor, fuego negro.

Despierto abrazado a tus muslos

llorando como un niño, enfebrecido,

y me sereno del indecible terror

deslizándome hasta besar

tus húmedos, fulgentes labios,

impregnándome de tu olor,

hasta vomitar de amor sobre tu lecho.




martes, junio 20, 2006

El hacha no mata a la serpiente


El hacha no mata a la serpiente

Reflexiones sobre ETA y el Estado



“Pero la mayor ambición de lo espectacular integrado sigue siendo que los agentes secretos se hagan revolucionarios y que los revolucionarios se hagan agentes secretos.”

Guy Debord



Cámara, luces… ¡acción! El espectáculo ha comenzado. En la audiencia nacional se juzga esta semana a los etarras que asesinaron a Miguel Ángel Blanco, concejal del PP de Ermua, hace nueve años. Todos recordamos aquellos dramáticas horas. Su secuestro y posterior asesinato conmocionaron al país. Ahora se juzga a quienes apretaron el gatillo acabando con su vida. Pero, ¿quién juzgará a aquellos que realmente se hallan detrás de ese crimen? No serán juzgados nunca. El Estado jamás se juzgará a sí mismo. Porque ETA no es más que un apéndice del Estado. ¡Infamia! ¿Cómo alguien puede afirmar algo así? Lo afirmo y además trataré de argumentarlo.

No me propongo con este panfleto desvelar toda la realidad que se oculta tras el terrorismo espectacular, tan sólo pretendo dejar unas reflexiones que quizás puedan ser de utilidad para alguien. No aportaré pruebas concluyentes, ni citaré documentos clasificados, ni siquiera tengo fuentes en los servicios secretos. No me hacen falta, no soy un periodista. Me basta con atreverme a observar la realidad más allá de las anteojeras que nos ponen para que no veamos otra cosa que la senda que debemos seguir. Porque la realidad, aunque oculta, está siempre ahí, sólo hace falta pasarle el plumero y quitar la capa de mierda que la cubre, entonces podremos pensarla y pensarla es el primer paso para superarla.

Es bien conocido que el Estado ha infiltrado a lo largo de los años a varios de sus agentes en ETA. Nadie podrá poner esta afirmación en duda. Si esto es así no podemos llegar a otra conclusión que no sea la de afirmar con rotundidad que ETA está controlada por los servicios secretos del Estado. Gianfranco Sanguinetti demostró en su panfleto Sobre el Terrorismo y el Estado cómo la ideología de los grupos terroristas, con su estructura jerárquica y militarizada, hace relativamente sencillo que cualquier agente secreto infiltrado pueda escalar en un plazo breve hasta la cúpula de la organización. Una vez en la cúspide de la pirámide es el Estado el que dirige los movimientos de los terroristas, no siendo los militantes más que marionetas obedientes a los intereses del Estado, aunque ellos jamás lleguen a sospecharlo. Nada más fácil de controlar que una organización secreta y cerrada a sí misma, tan secreta y tan cerrada que llega a serlo hasta para sus propios integrantes que sólo conocen aquello que la organización les dice que deben conocer. La clandestinidad sólo favorece a quien mejor se mueve en ella y no hay duda que el Estado tiene en ese aspecto una considerable ventaja, pues nada hay más oscuro que los intereses de Estado.

Que son los servicios secretos los que mueven los hilos de ETA es algo evidente para todos, incluidos los más fervientes voceros del poder, los periodistas. Hace pocos días se discutía la negociación entre ETA y el Estado en uno de esos programas de “debate” en los que no se debate nada. El periodista Fernando Jáuregui contó un chiste que circula entre los periodistas sobre la posibilidad de que cuando se sienten a negociar los dirigentes etarras y los representantes del gobierno todos ellos trabajen para el mismo patrón. ¿Un desliz de un veterano periodista o la prueba de que da igual lo que se diga porque el grado de sumisión es tal que ya nada puede hacerse frente a la verdad del poder? En cualquier caso, maldita la gracia que nos hacen sus chistes y malditos su cinismo e hipocresía.

El terrorismo espectacular lleva copando las portadas de los periódicos muchos años y ya sabemos que en esta sociedad lo que los mass media dicen que es la realidad es necesariamente la realidad. Así, ETA ha jugado durante muchos años el útil papel de enemigo total y absoluto de la sociedad, complemento necesario de un Estado que se presenta entonces como el garante de la libertad, la paz y el orden. “Frente a un terrorismo presentado siempre como el mal absoluto, el mal en sí y para sí, todos los males, mucho más reales, pasan a segundo plano, y sobre todo deben ser olvidados: ya que la lucha contra el terrorismo coincide con el interés común, es ya el bien general, y el Estado que la lleva generosamente es el bien en sí y para sí. Sin la maldad del diablo, la infinita bondad de Dios no podía aparecer y ser apreciada como se debe” (Sanguinetti). La supervivencia del Estado hizo necesaria la existencia del terrorismo.

Fue en los años de la llamada transición cuando más útil fue el terrorismo etarra para los intereses del Estado, pudiendo presentar de este modo una elección maniquea: o conmigo o con ellos. O el Estado o el Terrorismo. El objetivo claro era ocultar al verdadero enemigo –la organización de los obreros en asambleas autónomas– por medio de un falso enemigo espectacular –el terrorismo– y obligar a todos a tomar partido por el Estado bajo la amenaza de ese terrorismo. El movimiento asambleario fue derrotado por ésta y otras estrategias, pero el terrorismo no desapareció. Seguía siendo útil para fomentar la unidad de “todos los españoles de bien” en torno al nuevo Estado. Tan útil como también lo era la amenaza de la extrema derecha. Cualquier problema real queda siempre eclipsado por el problema ficticio del terrorismo. Ya lo dicen las encuestas y éstas nunca mienten, no porque sean un método científico de medir la opinión, sino por todo lo contrario, porque son un método científico y racional de inducir una opinión, la opinión que interesa que exista, la única permitida.

Todos los problemas reales que nos afectan pasan a ser secundarios frente al falso problema del terrorismo y quien trate de poner en su justo lugar esos problemas para tratar, si no de resolverlos, al menos de nombrarlos, se encontrará con la poderosa maquinaria estatal. La amenaza del terrorismo espectacular permite al Estado disponer de unas auténticas leyes de excepción que son empleadas contra cualquiera que saque los pies del tiesto. Cualquier acción que se atreva a nombrar al enemigo para bien combatirlo será inmediatamente asociada al terrorismo. Un sabotaje contra las obras del TAV, una acción contra una empresa inmobiliaria, hasta una okupación o una manifestación que se atreva a salirse de los cauces permitidos, todas estas acciones pueden ser fácilmente asociadas por el Estado y sus lacayos, los periodistas, con ETA y su “entorno”, se las mete en el mismo saco que al terrorismo espectacular y se desata la campaña de represión. De ahí la obsesión de alguno de los “grandes hombres de Estado”, como el repugnante ex-ministro del Interior Mayor Oreja, por relacionar a cualquier disidente con ETA. Sin embargo, a la hora de firmar convenios de extradición por causas de terrorismo con otros países europeos no hablaba de ETA, sino de los movimientos radicales y antiglobalización, ¿sería porque en Europa nadie se creía sus cuentos chinos o quizás es que allí no necesitaba ocultar la represión tras el pararrayos del terrorismo etarra? El Estado se ampara en la ley antiterrorista, la forma más visible del «estado de excepción» en el que siempre hemos vivido (Benjamin), para combatir a sus enemigos reales, aquellos que se atreven a cuestionar esta realidad y tratan de cambiarla. Pero tampoco seamos ilusos, antes que nada se trata de un mecanismo preventivo, no hay ningún fantasma que exorcizar, tan sólo se pasa la escoba de vez en cuando para evitar que se acumule demasiado el polvo.

En todo caso esta táctica eficaz y sencilla tiene la ventaja no sólo de que se acaba de un plumazo con cualquier tentativa de recuperación de la contestación por la vía de la represión dura y contundente, sino que además logra el apoyo entusiasta de la mayor parte de la población, que azuzada por los medios de comunicación verá actos de terrorismo hasta en los destrozos provocados en la celebración de un título de la liga de fútbol. El miedo es un evidente mecanismo de control social y cuando se esgrime día tras día la amenaza del terrorismo cualquiera puede ver un terrorista hasta en la abuela que vive en el piso de arriba, sólo hace falta un poco de imaginación y la colaboración necesaria de los plumíferos a sueldo del poder.

En los últimos meses la cuestión del terrorismo está más candente que nunca debido al revuelo ocasionado con la declaración de alto al fuego de ETA y el comienzo de un proceso de negociación entre el gobierno socialista y ETA. Ambas partes afirman su voluntad de acabar con el conflicto. ¿Qué conflicto? Lo que se está produciendo en estos momentos es el desmantelamiento de un apéndice del Estado. Se rompe el consenso anti-terrorista ladran los voceros del poder, el consenso terrorista habría que decir. ¿Cuáles son las razones de este desmantelamiento? Si tuviésemos fe en que los políticos pueden conservar algo de ética y moralidad, podríamos pensar que Zapatero al llegar a la Moncloa y meter por primera vez la nariz en las cloacas del Estado sufrió un shock que le decidió a darles una buena limpieza, acabando con ese negociado estatal llamado ETA. Ojalá. No soy tan iluso, aunque me gustaría serlo. Podría tratarse de cuestiones funcionales, ETA ya no es útil, la sociedad está lo suficientemente domesticada como para que ya no sea necesario esgrimir la amenaza del terrorismo para mantener la ficción o tal vez el papel que jugaba ETA ha pasado a desempeñarlo mucho mejor el terrorismo islamista, especialmente después del turbio y criminal atentado del 11-M. Las razones del poder nunca aparecen transparentes hasta que ya es demasiado tarde para que su esclarecimiento pueda tener importancia y si no recordemos Piazza Fontana y como, a pesar de que con los años se ha demostrado que ese crimen fue obra de los servicios secretos italianos, nadie cuestionó nada y la vida siguió girando en la feliz Italia. “El espectáculo organiza con maestría la ignorancia acerca de lo que está pasando, y acto seguido el olvido de cuanto a pesar de todo acaso se haya llegado a saber. Lo más importante es lo más oculto” (Debord).

En cualquier caso, es evidente que la desaparición de ETA debe relacionarse con el proyecto de reorganización del Estado que se está llevando a cabo y que tiene por objeto la “modernización y democratización” de un Estado demasiado ligado aún a las arcaicas estructuras de poder heredadas del Franquismo, útiles en su momento, pero que hoy suponen una traba, al menos para una parte de la clase política y empresarial, si bien para otra son la base sobre la que se apoya, de ahí su empeño en negarse a “negociar” con ETA. En todo caso, todos debemos alegrarnos de la inminente desaparición de ETA, pero jamás debemos cesar de combatir las ilusiones, tanto sobre el papel que siempre ha jugado ETA como sobre las posibilidades y expectativas que se abren con su desaparición.

Quien quiera escuchar mis razones aquí las he expuesto y quien pueda rebatirme que lo haga, pero que nadie se escude en el silencio.

miércoles, junio 14, 2006

Carta abierta a Benedicto XVI


Carta abierta a Benedicto XVI



Estimado Benedicto XVI:

Te escribo desde la atalaya del desencanto y la rabia contenida para exponerte mis razones, las razones que me llevan a acudir a ti, en mi desesperación, como último recurso.

Oficialmente pertenezco a tu rebaño, aunque personalmente nunca me ha interesado formar parte de ninguno. Oficialmente soy católico, pero realmente nunca lo he sido. Soy consciente de que lo real y lo aparente a menudo están en contradicción en este mundo en el que vivimos –qué te voy a contar que tú no sepas–, pero siendo este un hecho que afecta tan directamente a mi persona, a mi forma de vida, a mis pensamientos e ideas, a mi dignidad como ser humano, no tengo por menos que indignarme.

Poco después de asomar por primera vez la cabeza al mundo, hace ya unos cuantos años, mis padres, sin contar conmigo y sin pensar en mí, atendiendo sólo a razones que no logro entender, decidieron bautizarme. La opinión que pudiese tener yo al cabo de los años pareció no importarles. No se lo recrimino, simplemente se dejaron llevar por una tradición secular.

Estoy bautizado, por lo que para la Iglesia soy un católico más, pero se da la circunstancia de que yo no me siento católico, nunca me he sentido como tal. No creo en tu Dios ni en ningún otro. El único dios al que respondo soy yo mismo. Por si fuera poco, mi forma de vida está muy alejada de las normas de conducta que dicta tu Iglesia –no entraré en detalles porque mi vida es sólo mía y de quienes me rodean–. No creo en vuestra moral farisea, creo en el amor y en la libertad más allá de las reglas absurdas que tratáis de imponer, no sólo a quienes se declaran cristianos, sino –lo que es más grave– a todos los seres humanos. A eso creo que se le llama totalitarismo, algo de lo que dicen las malas lenguas tú sabes mucho.

Son muchas las razones por las que no quiero seguir formando parte, aunque sólo sea nominalmente, de tu Iglesia, pero todos los intentos para dejar de pertenecer a la misma han sido infructuosos. He tratado de apostatar por diversos medios, pero jamás he recibido ni tan siquiera una contestación. Si yo formase parte de alguna organización y uno de sus miembros manifestase su intención de darse de baja porque disiente de la misma, no dudaría en hacer todo lo posible para que esa persona pudiese hacerlo, por su bien y por el de la propia organización. Parece lógico, ¿no? Entonces, ¿por qué ese interés en que yo siga perteneciendo a la Iglesia a pesar de que me manifiesto públicamente en contra de la misma y reniego de todos sus dogmas? Creo haber encontrado una respuesta.

Siglos atrás, a la gente que pensaba y actuaba como yo se la quemaba en una hoguera en el centro de alguna plaza para dar ejemplo a las masas. Y no hace muchos años, en este país, me hubiesen pegado un tiro en la nuca y me hubiesen arrojado a una fosa por pensar lo que pienso y atreverme a expresarlo en público. Los tiempos cambian, afortunadamente. Hoy puedo criticar todo lo que quiera a la Iglesia, nadie me lo impide, pero no puedo abandonar su seno. ¿Por qué? Habéis descubierto que en una época de retroceso de la influencia y poder de la Iglesia es mucho más útil mantenernos en vuestro seno, aún a costa de nuestra voluntad.

La Iglesia se apoya en las cifras que hablan de los millones de católicos que hay en este país –de personas bautizadas deberíamos decir– para tratar de conservar una situación privilegiada en relación con el poder, seguir imponiendo sus ideas a toda la sociedad y, sobre todo, continuar recibiendo dinero del Estado. Ésas son las razones por las que es útil que gente como yo –y son muchas las personas que se ven en mi caso– siga perteneciendo a la Iglesia, aunque pensemos y actuemos de forma radicalmente distinta a los preceptos de la misma. La moralidad nunca ha sido el fuerte de la Iglesia Católica. Es mejor mantener a todas estas personas en el seno de la Iglesia que dejar que la abandonen y perder una fuerza numérica considerable. De ahí las trabas para conseguir apostatar. Una estrategia muy inteligente, pero bastante rastrera en mi opinión. La libertad de elección y de acción siempre ha chocado con los intereses de la Iglesia.

Te escribo a ti, Benedicto, porque sé que tú puedes si no ayudarme, al menos comprenderme. Sé que tú también formaste parte en tu juventud de una organización que, con buen criterio, finalmente abandonaste. No se puede decir que sean casos iguales porque a mi nadie me dio a elegir, mientras que tú sí pudiste elegir. Decidiste unirte a esa organización con todas sus consecuencias, pero después las circunstancias o tus ideas cambiaron y dejaste de pertenecer a la misma. Me alegro de que así fuese. Por ello te escribo, tú puedes comprenderme, puedes entender que no quiera seguir formando parte de la organización que diriges.

Apelo a ti como último recurso. Como máximo representante de la Iglesia tú puedes concederme lo que pido. Te exhorto públicamente a que atiendas mi demanda. Quiero dejar de pertenecer a la Iglesia católica. Lo dejo en tus manos.

Pero como mi fe en lo relativo a la dignidad de la Iglesia es muy pequeña temo que mi llamada no obtenga respuesta. En ese caso, sé que existe un atajo para conseguir lo que pido: la excomunión. Pero creo que este atajo resultaría desagradable tanto para la Iglesia como para mí. No me gustaría tener que recurrir a esa estrategia, pero la paciencia tiene un límite y hace ya tiempo que fue rebasado. Cuidado, porque sabemos odiar tan intensamente como amamos…

Andrés Devesa

sábado, junio 10, 2006

Fragmento de la Historia de la lucha entre lo Posible y lo Imposible


Fragmento de la Historia de la lucha entre lo Posible y lo Imposible



«¿Quién mató al conejo de terciopelo?»

Ellos, fueron Ellos: los gusanos refunfuñantes. Le atacaron mientras dormía. Mordieron su cálida y tierna carne con sus bocas repletas de oxidados clavos. Ñasca, ñasca, ñasca. De sus heridas brotó un vino dulce que los gusanos bebieron hasta emborracharse. Satisfechos, volvieron cantando a su agujero, a las profundidades de la caverna de lo Posible.

«¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué lo hicieron?»

Para cortar de raíz la posibilidad de lo Imposible. El conejo de terciopelo se había enamorado de una gotita de agua de lluvia. Se pasaba las tardes rondándola. La acariciaba con su nariz de azabache. Una tarde contempló su reflejo en la curva superficie de la gotita y de sus ojos brotaron dos lágrimas que descendieron por sus suaves mejillas hasta caer sobre la pequeña gotita de agua, fecundándola con alevosía. ¡Jamás se vio algo parecido! “¡Imposible!”, rugió el señor de lo Posible y mandó a sus gusanos a eliminar al hereje. Así fue, tal y como lo cuento.

«¿Y qué pasó con la gotita de agua?»

La gotita pudo escabullirse y fue a refugiarse en el océano de la Memoria, junto a la playa de las Batallas Perdidas. Allí dio a luz a dos mellizos: una libélula con rojas alas de fuego y un potrillo de abisales ojos negros y dagas en sus crines. La gotita decidió llamarles AMOR y REVOLUCIÓN y, antes de diluirse en el todo y la nada de la indiferencia, les hizo jurar que vengarían a su padre. Desde entonces, sólo esperan su momento, agazapados en su solitario destierro. Esperan y esperan el día de la venganza.

«¡Qué hermoso cuento de hadas!»

No. No te equivoques. No se trata de un cuento de hadas. Ésta es una historia real. Tan real como tú y como yo, tan real como las ilusiones que nos sobreviven. Es parte de la historia de la lucha entre lo Posible y lo Imposible. La historia de nuestros sueños y miedos. La historia de nuestras derrotas y el anhelo de nuestras victorias. No son cuentos de hadas. Las hadas no existen. Sólo tú y yo existimos. Sólo Nosotros y Ellos.



miércoles, junio 07, 2006

Fútbol y alienación (o como la pelota gira y la vida se escapa)

Fútbol y alienación

(o como la pelota gira y la vida se escapa)

“La historia del fútbol es un triste viaje del placer al deber. A medida que el deporte se ha hecho industria, ha ido desterrando la belleza que nace de la alegría de jugar porque sí. En este mundo del fin de siglo, el fútbol profesional condena lo que es inútil, y es inútil lo que no es rentable.”

Eduardo Galeano: El fútbol a sol y sombra.

“Todo lo que era vivido directamente se aparta en una representación.”

Guy Debord: La sociedad del espectáculo.

Todos nos ponemos nostálgicos de cuando en cuando. Recordamos tiempos pasados, mejores o peores tanto da, con una sonrisa bobalicona en la cara, disfrutando del maravilloso placer de volver la vista atrás, de rememorar lo que fue nuestra vida pasando las fotos de un viejo álbum familiar. Hoy me he levantado nostálgico. Puede que sea la llegada del verano, que aún sigo asociando a recuerdos infantiles: vacaciones escolares, piscina pública masificada, largas horas corriendo por las calles, bocatas de nocilla, globos de agua... Tal vez sea que al mirarme esta mañana al espejo me han pesado los años y los efectos de una temprana alopecia y he decidido escapar mentalmente durante unos instantes a la feliz inconsciencia de la infancia.

Decía que hoy me he levantado nostálgico, algo que le puede pasar a cualquiera, no es nada de lo que haya avergonzarse. Lo malo es cuando te sientes impelido a contarle al resto de la humanidad tus recuerdos y las impresiones que sacas de ellos. «¡Cómo si a la gente le interesasen lo más mínimo tus aburridos recuerdos y las aún más aburridas y paranoicas teorías que sacas de ellos!» Pido perdón por anticipado y entiendo que cualquier persona con un mínimo de rigor intelectual deje de leer esto al instante.

Para aquellos que a pesar de la advertencia sigan interesados en leer este texto, les diré que voy a hablar de fútbol. «¿Fútbol? ¿En las vísperas del comienzo del mundial? ¡Cómo si no tuviésemos ya bastante con la avalancha publicitaria y mediática, viene este idiota a hablarnos también de fútbol!» Nueva desbandada de lectores. A este paso me voy a quedar solo. Continúo. Voy a hablar de fútbol y de recuerdos de mi infancia y lo haré como una excusa para llevar a cabo una crítica del “mejor de los mundos posibles” en el que dicen que vivimos y que algunos pensamos que no es más que una gran mentira construida para ocultar el progresivo empobrecimiento de nuestras experiencias, la alienación a que están sometidas nuestras vidas. «¡Esto ya es demasiado! ¿Fútbol, alienación, teoría crítica? ¡Otro pseudointelectual que no tiene nada mejor que hacer que escribir tonterías y darnos lecciones!» Vaya. Creo que definitivamente me quedé solo. ¿O no? Por allí parece que se acerca alguien. Bueno, entonces continuaré.

En fin, prosigamos. El fútbol ocupa en los recuerdos de mi infancia ―y en los de un 90 % de la población, al menos la masculina― un lugar preferente. Es así incluso en el caso de aquellos que con el paso de los años nos hemos convertido en críticos radicales de este putrefacto sistema del que el fútbol profesional es fiel reflejo, transformándonos en furibundos antifutboleros que no pueden dejar de refunfuñar entre dientes cada vez que ven la imagen de la estrella futbolística de turno en la parada del autobús, anunciando el último modelo de prenda deportiva, coche, perfume o lo que toque.

El fútbol ocupa un lugar, más o menos importante, en mi vida, sin embargo, los recuerdos de mi infancia asociados al fútbol no son la alineación del Real Madrid de la “quinta del Buitre”, ni ningún gol estratosférico de los que marcó Maradona, ni el vibrante partido final de cualquier liga o copa. Nada que ver con eso. Tengo una memoria selectiva, afortunadamente. Mis recuerdos tienen que ver con algo muy distinto. Me viene uno de esos flashback: Una marabunta de mocosos corriendo tras un balón viejo y gastado, tan viejo y gastado que, de cuando en cuando, saltan trozos de cuero. Corren al asalto, empujándose, gritando como locos, dando patadas, unas veces al aire, otras al rival, y las menos al balón. Un correcalles, nunca mejor dicho porque se juega mayoritariamente en la calle o en el patio del colegio o en una plaza, raras veces en un campo de fútbol de verdad. Un caos en el que, de vez en cuando, aparece algún mágico destello de imaginación y picardía: Picar el balón contra pared para hacerse un autopase; amagar un pepinazo y cuando el portero, miedoso se tapa la cara ―o directamente huye― alojar la pelota mansamente entre las dos mochilas que forman la portería; ayudarse discretamente de la mano en el tumulto formado en algún saque de falta... Imágenes como éstas son las que se me vienen a la cabeza.

Paseo ahora por mi barrio, por esas calles en las que solía jugar, y las veo desiertas. No hay niños en las calles. No es algo que se pueda achacar a las bajas tasas de natalidad. Sigue habiendo niños, los escucho alborotar cuando salen del colegio, pero cuando bajo desde mi casa y abro la puerta del portal no escucho los balonazos contra el cristal, ni a ningún vecino quejándose del ruido, ni al jardinero gritando porque han destrozado un rosal. Han desaparecido de las calles, simplemente.

Que no estén en las calles no significa que no tengan entretenimientos. Los tienen en abundancia, pero sólo son eso, entretenimientos para mantenerles inactivamente activos. Los videojuegos y la televisión le han ido comiendo cada vez más terreno al juego en la calle, a esa forma de diversión para la que no necesitas nada, o casi nada, más que la imaginación, las ganas de divertirte y un espíritu gamberro, o sea, ser un niño. Exagero, lo sé. Todavía se ven de vez en cuando niños corriendo por las calles, pero cada vez es menos frecuente. En esta generación menos que en la mía y en aquélla menos que en la de nuestros padres...

Es horrible que un niño pase más horas delante de una pantalla que destrozándose los zapatos corriendo por las calles. Supone robarles una parte de su infancia, privarles de la fascinación de descubrir el mundo que les rodea. Pero también les prepara para este mundo, porque no es más que el anticipo de lo que será su vida adulta en esta “maravillosa” sociedad de consumo: pasar todo el día delante de una pantalla para llegar a casa y pasarse el resto del mismo delante de otra. En la calle no hay nada que hacer, sólo sirve para ir de un sitio a otro. Es un lugar de tránsito del lugar de trabajo al de ocio, que lo aprendan desde niños, que no se engañen pensando que la ciudad les pertenece. Donde todo se puede comprar y vender nada es gratis, la calle incluida.

Los niños ya no juegan. Pero estaría mintiendo si dijese que no realizan otra actividad física aparte de darle al mando de la videoconsola. También hacen deporte. No juegan, hacen deporte. La precisión semántica es importante. Fútbol, baloncesto, natación, tenis,... una amplísima gama de deportes entre los que elegir, en modernas instalaciones deportivas en las que podrán imitar a sus ídolos, llevando sus mismas botas, sus camisetas, usando su misma raqueta, pateando su mismo balón... El espectáculo es así, todo debe ser tal cual dictan las estrategias publicitarias ¡y ay de aquél que no lleve la última moda en equipación!

El deporte les enseña a los niños lo que es la competición, la disciplina, el esfuerzo y, sobre todo, les hace ser conscientes de que los sueños se desvanecen. El placer de jugar por jugar no existe ya ni en las categorías infantiles. Los niños deben aprender el espíritu que domina el mundo: el de ser más que los demás y cuando no se puede, ser lo suficientemente listo para hacer trampas sin que nadie se entere. El objetivo es llenar la estantería de medallas y trofeos. Lo lúdico es eliminado, es una debilidad, una tara que hay que extirpar de sus pequeñas cabecitas. El placer está en la victoria, no en el propio juego. Así, conforme crezcan, irán interiorizado la ideología de nuestra época: ganar más dinero, acumular cosas inútiles, gozar de “prestigio”, tener es poder y poder es tener. Aprenderán que lo que importa es comprarse el último modelo de coche, donde ir da igual; a tener un trabajo, aunque no éste no tenga sentido y no les aporte nada. Lo importante no es lo que se hace, sino el hecho de hacer algo. La vida queda reducida a un mero dejarse llevar, a poseer y ser poseído.

Ya adultos, se conformarán con ver a los profesionales en el campo o por televisión, desahogando sus frustraciones, gane o pierda su equipo, eso da igual. Hay que identificarse con un campeón ―de fútbol, tenis o automovilismo― para ocultarnos a nosotros mismos las derrotas del día a día, las frustraciones, el aburrimiento, la soledad. Sobre las causas reales de estas frustraciones, sobre las miserias de nuestra vida diaria, sobre las derrotas cotidianas que nos inflinge este sistema capitalista, nos han enseñado que nada puede cambiarlas y que sólo queda resignarse, sacrificarse y agachar la cabeza, pues todos formamos parte del mismo equipo. Eso sí, tenemos gran cantidad de entretenimientos y drogas que nos hacen olvidarlas por un tiempo.

«¡Vaya demagogo! ¡Menuda sarta de tonterías y pajas mentales!». ¿Eso crees? Sin embargo, te queda una duda, parece que no puedes quitarte de la cabeza una pregunta: «¿qué ha sido de mi vida?» Tranquilo, no te atormentes, no tendrás que pensar por demasiado tiempo, empieza un nuevo Mundial, relájate y tómate una cervecita viendo a la selección. La vida es bella, ¡que la disfrutes!

domingo, junio 04, 2006

Porno-grafías

Porno-grafías



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el atardecer de flores tardías

de esta primavera

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estallando sobre tus pechos

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y vístete

ha sido un placer hacer negocios contigo

y sobre ti

pero así es la vida

el ritmo de los negocios

y la razón de la fuerza

de la ciencia

de la economía