martes, noviembre 29, 2005

De calles vacías, gatos y niños

Su pequeño y rollizo cuerpo yacía destripado junto a una alcantarilla, en el bordillo de la acera. El olor a descomposición ya advertía de su presencia antes de que pudieses llegar a verlo. Era una masa grisácea, un peluche sucio y roto, pero ese olor indicaba que no era un juguete o, si lo fue, hacía ya tiempo que dejó de serlo. Tal vez se cansaron de él y acabó vagando por las calles, abandonado. Pero esto es poco probable. Lo más seguro es que naciese y viviese siempre en las calles. En calles como ésa, desierta, gélida, extraña. Corriendo entre los coches; coches como el que acabó aplastándole.

Nunca se vieron muchos por este barrio. O, si los hubo, yo no los recuerdo. En mi niñez, en las impresiones que me quedan de esos tiempos de juego en la calle –balones, carreras, gamberradas, peleas, risas y llantos-, no aparecen demasiados gatos. Esa fauna urbana, esos esquivos habitantes del barrio, eran extraños hace unos años, prácticamente no existían y vislumbrar alguno era motivo de juego, de trastada -a menudo cruel como los son los niños y más con aquello que sienten como novedad, como extraño a su mundo cerrado-. No hay gatos en los recuerdos de esa infancia -ni triste ni alegre, con buenos y malos momentos- y ello a pesar de que mi niñez transcurrió por entero en las calles, en esas calles donde ahora aparecen los gatos.

Desde hace unos años, al tiempo que la niñez se volvía para mí un recuerdo cada vez más lejano, un añorable –mas no añorado- pasado, las calles del que fuera mi barrio se han ido poblando de gatos. Y junto a ese fenómeno he ido constatando como otros habitantes iban desapareciendo lentamente de las calles del barrio, desaparecidos, como si la tierra se los hubiera tragado. Ya no hay niños que jueguen en mi barrio. Prácticamente no se oyen sus risas, sus riñas, sus gritos, sus juegos… ¿Dónde se esconden? La calle ya no pertenece a los niños, y no es que nos perteneciese cuando yo era un mico de 6, 9 o 12 años, pero al menos actuábamos como si lo fuese. La calle les ha sido enajenada a los niños, se la robaron y con ella los sueños. ¿Y a cambio de qué? A cambio han recibido un sucedáneo virtual que no vale absolutamente nada, que tan sólo revela la pobreza de espíritu de este mundo cada día más abyecto, pues nada hay más abyecto robarle la infancia a un niño. Les han robado la niñez y les han expulsado a sus casas, a la cómoda, segura y vacía existencia moderna, encerrados entre cuatro paredes delante de una pantalla que parpadea. Ya no son niños, son máquinas y aprenden a serlo.

Los gatos ocupan el vacío que han dejado en la calle los niños. Tristes, melancólicos, silenciosos. Ya no hay risas y gritos que les asusten, pueden vagar por las calles sin miedo a sus travesuras. Pero tampoco es suya la calle, tratan de llenar, en vano, ese vacío, pero saben que, en cualquier esquina, el verdadero amo de la ciudad puede golpear y sus pequeños y rechonchos cuerpos acabarán aplastados contra el frío y gris asfalto. Tan sólo un ruido extraño y unas gotas de sangre en el salpicadero harán saber al conductor que aquel bache no era tal, sino un pedazo de vida, otro pedazo de vida más de la ciudad aplastado bajo las ruedas del inexorable progreso. Tal vez le acometa una sensación de tristeza, de indecible nostalgia, que va más allá de la provocada por la muerte del pequeño felino. Es la pena de ver pudrirse la vida, de ver languidecer lo que fueron sus sueños. Pero esa sensación desaparecerá tan pronto como al abrir la puerta vea la sonrisa de alegría del pequeño de la casa al enseñarle la sorpresa, el último videojuego, recién salido al mercado. ¡Qué hermoso contemplar su felicidad! Pero que felicidad más horrible que condena a una vida vacía de sentido. Decidme, ¿recordáis las horas pasadas jugando en las calles?, entonces, ¿qué os ha pasado?, ¿qué habéis hecho de vuestras vidas?, ¿por qué les hacéis esto a vuestros hijos?

domingo, noviembre 20, 2005

Repensando a Durruti. La construcción mítica del pasado en pos de la realización de la revolución


Fue un amargo mes de noviembre en que una bala atravesó su pecho. Una bala como cualquiera de las que silbaban aquellos días. Un pecho como el de tantos otros que también cayeron. Una calle solitaria de Madrid. Una vida truncada como las de tantos miles de desconocidos cercanos y lejanos al mismo tiempo.

Su corazón dejó de latir hace ya mucho tiempo. Y junto a él murieron un poco todos los corazones. Los corazones de todos aquellos que soñaban con mundos nuevos se pararon por un instante, sintieron un pinchazo en sus pechos y entonces lo supieron, aunque no fuesen conscientes en ese momento, es probable que muchos jamás llegasen a saberlo. Pero en ese momento lo intuyeron. Había muerto.

Durruti ha muerto. Pero ese día murió algo más. Ese día murió también la Revolución Española. No se trata de establecer una relación causa-efecto entre la muerte de Durruti y la derrota de la revolución. No existe esa relación. Pero existe otra, más profunda y que parece querer decirnos algo. Una relación fantasmagórica, metanarrativa y elíptica entre la figura del héroe del pueblo y la acción de ese pueblo. Durruti y la Revolución como un mismo ser.

Hans Magnus Enzensberger, en su libro El corto verano de la anarquía. Vida y muerte de Durruti, apunta hacia esa dirección. Enzensberger destaca el carácter de mito colectivo que pasa a tener Durruti tras su muerte. Durruti pierde en el momento de su muerte su individualidad, disuelta en una representación colectiva de la revolución misma. El revolucionario ejemplar ejemplifica el devenir –y sobre todo el final de ese devenir- de la propia revolución. Su nacimiento, su breve pero intensa vida y su trágica muerte, rodeada del silencio, el misterio y la traición, las negras sombras de la historia.

La revolución murió no porque muriese Durruti, sino que Durruti murió porque la Revolución moría. El héroe no podía sobrevivir a la Revolución traicionada porque se hubiese traicionado a sí mismo. Podríamos pensar en un escenario como el que magistralmente dibuja Borges en su relato Tema del traidor y del héroe. Borges narra la historia del héroe popular descubierto como traidor por sus propios compañeros y que decide hacer un último servicio a la causa fingiendo su propia muerte a manos de un falso traidor. El héroe se mitifica, se sincretiza con la revolución de la que ya no podrá separarse jamás. Durruti no fue un traidor, no ideó su propia muerte como un medio para reparar su traición, como el héroe de Borges. Pero ambos siguen caminos paralelos. Ambos unen su vida, en la hora de su muerte, a la de la revolución por la que tanto habían luchado en vida.

La revolución murió, pero de ella queda el mito, el recuerdo vivo, el aliento de un pasado (a)histórico, de un tiempo mítico de titanes armados con star y naranjero. Para quienes viven en el anhelo de un mundo nuevo existe una necesidad vital de mirar hacia el pasado, pero no con la mirada fría del historiador, sino hundiéndose en él, sintiéndolo, viviéndolo, implicándose. Ese discurso metanarrativo –apreciable en la obra de Enzensberger- es el que permite alcanzar un grado de comprensión del pasado que nos lleve a su realización en el futuro, es decir, a su superación. Y esa enseñanza del pasado no la podemos adquirir por medio del estudio de la historia, sólo llegará a través del mito, de la leyenda, de la creación colectiva, como colectiva es la revolución.

La semilla que alumbre una nueva revolución está escondida más que nunca en nuestros corazones, tan sólo debemos abrirla, y para ello debemos abrir nuestro corazón a ese pasado fantasmagórico, volver la vista atrás y avanzar con paso firme hacia un mañana en el que no necesitemos recurrir a los héroes, en el que no recordemos con nostalgia a los que un día empuñaron el fusil y en el que refugiarse en la pluma no sea una forma de esconder nuestra cobardía. Para ello, profundicemos en el ese pasado mítico, pues sólo así lograremos elevarnos por encima de la historia y construir un futuro que ahora se nos escapa.

sábado, noviembre 19, 2005

Madrid y el Callejero de la Vergüenza


Madrid, corazón de España,

late con pulsos de fiebre.

Si ayer la sangre le hervía,

hoy con más calor le hierve.

Rafael Alberti: “Defensa de Madrid, Defensa de Cataluña”



Madrid, la ciudad que quiso ser la tumba del fascismo, es hoy una ciudad sin memoria, o mejor dicho, una ciudad con una memoria muy selectiva. La dictadura seleccionó cuidadosamente lo que quería que se recordase y la restauración democrática practica el continuismo más repugnante.

Las cuatro décadas del franquismo doblegaron de forma expeditiva el espíritu de la ciudad que resistió durante tres años bombardeos diarios, la ciudad que se convirtió en símbolo mundial de lucha contra la barbarie, el Madrid antifascista, el Madrid obrero, el Madrid al que cantaron Neruda, Alberti y tantos otros poetas del pueblo. Ésta era esa una práctica común del fascismo. Allí donde mayor fue la resistencia, mayor fue también el castigo. Pero Madrid era un caso especial, era la capital del país. Había que golpear a la población que resistió, pero también había que asentar los fundamentos del nuevo Estado. Para ello, el fascismo desarrolló una política de imposición de una memoria sesgada que dura hasta nuestros días. Había que borrar cualquier recuerdo de los nueve años en los que el pueblo de Madrid y España entera soñaron con ser libres[1]. Esto se hizo por diversos métodos, el primero de ellos –y el más contundente- fue la brutal represión que se llevó a cabo desde el primer momento en que las tropas franquistas entraron en la ciudad. Otro medio –más sutil, pero muy efectivo- fue el de la simbología, que se expresó a tres niveles: arquitectónico-urbanístico, monumental y toponímico[2]. Aquí vamos a hablar principalmente del último de estos aspectos.

El fascismo triunfante no podía permitir que hubiese la más mínima alusión a la República, a políticos de izquierda y a los ideales de Igualdad, Libertad y Fraternidad. Había que renombrar calles, plazas y avenidas, proceder a una “damnatio memoriae”. Militares golpistas, jerarcas fascistas, sacerdotes y personalidades de diferentes ámbitos que dieron su apoyo al nuevo régimen vieron como su nombre pasaba al callejero. En el curso de la dictadura alguno de ellos fue alejándose gradualmente de las políticas del franquismo[3], pero no hay que olvidar que en un momento concreto apoyaron el golpe militar y la violencia y la represión que le siguieron, el que –por convicción o por oportunismo- se distanciasen más adelante del régimen no obvia su apoyo inicial, como tampoco obvia que el hecho de que se nominase una calle en su honor fuese debido a los servicios prestados a la causa franquista. Así, al mismo tiempo que cualquier oposición era ferozmente reprimida a sangre y fuego, se instauraba una memoria omnipresente del fascismo y de sus hazañas en las calles y plazas de España.

Y murió el tirano, en la cama de un hospital, de forma tan dantesca como lo fueron los cuarenta años de su feroz dictadura. Y llegó la transición pactada. Y se reestableció la monarquía en la persona del que fuera designado sucesor por el caudillo. Y vivimos en una democracia –o al menos eso dicen- en la que por la alcaldía de Madrid han pasado varios partidos de diferente signo. Y todo sigue igual. Atado y bien atado.

La mayoría de calles dedicadas a figuras de la dictadura continúan existiendo. Sólo algunas fueron retiradas al comienzo de la democracia[4]. Pero, la tónica general fue el continuismo. Los perdedores siguieron olvidados, mientras los que vencieron, los fascistas que encarcelaron y masacraron al pueblo durante cuarenta años y sus adláteres siguen instalados en las esquinas de nuestras calles, sólo hace falta levantar la vista un poco y allí les vemos, a los Millán Astray, Yagüe, Arrese, Pemán,... Sus “mártires” y caídos tienen calles y plazas, ¿dónde están los del otro bando[5]? Con los dedos de una mano se podrían contar las calles de Madrid dedicadas a personas asociadas a la izquierda durante la República y la Guerra Civil[6].

Es necesaria una reflexión profunda acerca de esta situación. ¿Por qué casi setenta años después de la guerra civil y tras casi treinta de la muerte del tirano continúa esta situación? ¿Podemos hablar de democracia cuando nuestros niños juegan en parques con nombres de criminales fascistas[7]? ¿Sería concebible que en Berlín hubiese una calle dedicada a Goebbels? En España, el fascismo sigue presente, recordándonos a cada paso que damos por nuestra ciudad que ellos fueron los vencedores, que si sacamos los pies del tiesto la historia se puede repetir, humillando a cualquier persona con un mínimo de dignidad y haciendo que muchos nos avergoncemos de la ciudad que nos vio nacer y que tanto queremos por otras mil razones.

Podríamos pedir que retirasen esos símbolos de la vergüenza –además del resto de símbolos: monumentos, placas, lápidas, cruces, esculturas,...-, iniciar campañas de presión, recoger firmas,... No servirá de nada. No lo harán. Sería negar la historia, nos dirían. Mentira. Hay otras razones. La existencia de ese callejero es un símbolo de que en este país no existe democracia, es una prueba del continuismo de la monarquía parlamentaria respecto al franquismo. ¿Pedirle la retirada de los símbolos fascistas a un alcalde que mientras fue presidente de la Comunidad de Madrid fue incapaz de erigir una pequeña placa en la sede de su gobierno en la que se recordase a las miles de personas que fueron torturadas en aquel edificio durante la dictadura[8]? Son hijos y nietos de los que torturaban y asesinaban –o mandaban torturar y asesinar- los que hoy que hoy nos gobiernan. No podemos pedirles que vayan contra sus progenitores.

Hoy, en Madrid, sigue existiendo una sola memoria, la de los vencedores. Los “Hijos del Pueblo” siguen ignorados, olvidados, vilipendiados. Pero ya es hora de que cambien las cosas, de recuperar la memoria de los que perdieron, la de los que lucharon por la libertad. Queremos calles dedicadas a Durruti, a Largo Caballero, a Nin, a Companys, a Besteiro, a El Campesino, a Federica Montseny, a Vicente Rojo, a Max Aub, a Mera, a las “Trece Rosas”, a Cristino García,... Pero no como un mero gesto “políticamente correcto”, sino como una acción de justicia, de reivindicación de su memoria y de su legado, lo que implica replantear las bases mismas de nuestra sociedad actual[9]. En este país no se puede hablar de democracia mientras continúe esta situación. Y si la montaña no va a Mahoma, Mahoma irá a la montaña. Las estatuas ecuestres de los tiranos se ven muy bonitas pintadas con la tricolor... Un spray y acción directa!!!


Notas


[1] La dictadura desarrolló desde sus primeros momentos una política de “cambio de imagen” para Madrid, esta política tenía tres objetivos: borrar de la memoria colectiva la imagen del Madrid republicano; definir las “características espirituales” del nuevo Madrid franquista; y crear o redefinir los lugares de la memoria ciudadana, Marcello Caprarella (1999): Madrid durante el Franquismo. Crecimiento Económico, Políticas de Imagen y Cambio Social, Consejo Económico y Social de la Comunidad de Madrid, , p. 169

[2] Ibid. p. 175 y ss.

[3] El caso más representativo sería el de Dionisio Ridruejo

[4] Varios movimientos vecinales y sociales promovieron campañas que lograron la retirada de algunas de estas calles durante la alcaldía de Tierno Galván, Caprarella: Madrid durante el Franquismo, pp. 368-369

[5] Esto mismo se pregunta Alberto Reig Tapia (1999): Memoria de la Guerra Civil. Los mitos de la tribu, Alianza, Madrid, que exige que: “si se quiere de verdad pasar página, suprímase de una vez del callejero nacional, de carreteras, cruces, pasos de montaña y fachadas de edificios toda alusión <> de una España que no hace sino herir y ofender la memoria de la otra España ignorada.”, p. 26

[6] El único político republicano representado en el callejero de Madrid es Manuel Azaña, que da nombre a una avenida.

[7] Como el parque dedicado a Carlos Arias Navarro –alias “El Carnicero de Málaga”- reconocido represor en la posguerra que llegó a alcalde de Madrid.

[8] La Casa de Correos, actual sede del gobierno de la Comunidad de Madrid fue durante la dictadura la sede de la Dirección General de Seguridad (DGS) por donde pasaron para ser torturadas miles de personas y donde dejó la vida en los brutales interrogatorios más de uno.

[9] Sin reconocimiento a estos “olvidados” no es posible construir un orden político nuevo, como bien pone de manifiesto Reyes Mate: “cualquier orden político basado en el olvido de ese pasado está tocado en su legitimidad”, Reyes Mate (2003): Memoria de Auschwitz. Actualidad moral y política, Trotta, Madrid, p. 159.


Apéndice: El Callejero de la Vergüenza

La presente relación de calles dedicadas a personas relacionadas con la dictadura franquista no pretende ser completa, pero si es bastante representativa. Se trata de una modesta aproximación a la cuestión, esperemos que surjan más iniciativas que vengan a completarla y enmendar sus errores.

Este “Callejero de la Vergüenza” se ha dividido en tres grupos: militares, personas que ocuparon algún cargo político durante la dictadura y otros personajes asociados de una manera u otra a la dictadura.

Militares

Calle Almirante Francisco Moreno

Avenida Arco de la Victoria

Avenida Comandante Franco

Calle Batalla de Belchite

Calle Caídos de la División Azul

Calle Capitán Haya

Avenida Comandante Franco

Calle García Morato

Calle General Aranda

Calle General Asensio Cabanillas

Calle general Dávila

Avenida General Fanjul

Calle General García Escámez

Calle General García de la Herranz

Calle General Millán Astray

Pasaje General Mola

Calle General Moscardó

Calle General Orgaz

Calle General Saliquet

Calle General Varela

Calle General Yagüe

Calle Héroes del Alcázar

Paseo Muñoz Grandes

Calle Teniente Coronel Noreña

Políticos

Calle Alberto Martín Artajo

Calle Calvo Sotelo

Parque Carlos Arias Navarro

Calle Eduardo Aunós

Plaza Fernández Ladreda

Calle José Luis Arrese

Plaza Juan Antonio Suances

Calle Ministro Ibañez Martín

Plaza Teniente de Alcalde Pérez pillado

Otros

Calle Agustín de Foxá (escritor)

Calle Almagro Basch (arqueólogo)

Calle David Lara (falangista)

Calle Dionisio Ridruejo (escritor)

Calle Doctor Vallejo Nájera (psiquiatra)

Calle José María Pemán (escritor)

Plaza Luca de Tena (periodista)

Calle Martín Mora (falangista)

Calle Mártires Concepcionistas

Calle Mártires Maristas

Calle Mártires de Paracuellos

Avenida Padre Huidobro

Calle Pedro Muñoz Seca (escritor)

Calle Pilar Millán Astray (escritora)


NOTA:
Este texto fue escrito en junio del año 2004. Algunas cosas han cambiado desde entonces. La más notoria, la retirada de la estatua de Franco de Nuevos Ministerios. Ahora esperamos que el resto de calles, estatuas, placas y monumentos sean también retirados, pero no nos hacemos ilusiones, aquello sólo fue un gesto de cara a la galería.
La revisión de toda la toponimia de nuestras ciudades implicaría revisar nuestra historia reciente, hacer frente de una vez a ese pasado que intentan borrar, olvidar y tergiversar, y eso todavía causa pavor a los políticos, porque implicaría poner en cuestión su legimitidad, la que les otorgó el franquismo por medio de la transición pactada.
Revisar la historia supone sacarle los colores a más de uno. Por eso es mejor que todo siga tal y como está. Nos concederán de vez en cuando alguna satisfacción, alguna reivindicación, algún gesto, pero poco más. Queda mucho por hacer y no podemos esperar nada de aquellos que pactaron el olvido.

http://www.nodo50.org/foroporlamemoria/simbolos_franquistas.htm


jueves, noviembre 17, 2005

Más allá de Bolonia. Notas apresuradas sobre la reforma educativa, la mercantilización de la universidad y la miserabilidad de nuestras vidas.



Está bien defendida la Ciencia, os lo aseguro; la Facultad es un armario bien cerrado. Muchos tarros y poca confitura.

Louis-Ferdinand Céline: Viaje al fin de la noche


La Universidad ha vuelto a salir a la calle. Con timidez, como pidiendo perdón por anticipado, excusándose: “nosotros no queremos, pero nos obligan a ello.” La razón: el plan Bolonia, un nuevo paso en la mercantilización de la universidad y, sobre todo, una vuelta de tuerca más del sistema para uniformizar nuestras vidas.

La Universidad va camino de perder definitivamente el sentido crítico que alguna vez pudimos soñar que tuviese –ni tan siquiera soñar podremos- para mostrar su verdadera raison d’être, aquella que intuíamos y que ahora se nos muestra sin antifaz: su reducción a cadena de montaje de las piezas más delicadas de la Megamáquina: los técnicos, los especialistas de la miseria, los administradores de la nocividad de la vida moderna.

No quieren que nos desarrollemos como seres humanos, no quieren formar personas capaces de pensar por sí mismas, seres autónomos e independientes; rompen así con lo que era el objetivo –real o ficticio- de lo que antaño se llamaba educación. Ya no necesitan esconderse bajo unos valores en los que ni ellos mismos creían, ahora pueden mostrar sus verdaderas intenciones.

Quieren crear técnicos, burócratas, gestores, expertos capaces de tomar decisiones científico-técnicas con las que vender como racional un mundo y un sistema que hace mucho tiempo que dejaron de serlo.

Quieren que seamos robots, engranajes de la maquinaria, sujetos pasivos que ni ven, ni oyen, ni hablan; tan sólo preocupados de la tarea que nos han asignado, la tarea para la que hemos sido programados en nuestros años de facultad.

Quieren que seamos cómplices de nuestra propia miseria, convirtiéndonos en los colaboradores necesarios de la desintegración de la vida humana, víctimas-culpables puesto que colaboramos por pura docilidad con el sistema que nos condena a una vida reducida a la nada: a la de trabajar para consumir en un mundo cada vez más artificial y falso, como lo son nuestras experiencias.

Es por todo esto por lo que esta lucha va más allá de lo meramente educativo, escapa de las fronteras de ese ghetto en el que nos encierran para que no veamos del mundo nada más que aquello que quieren que veamos: el mundo del todo-va-bien. Mientras, nos hundimos a cada paso en la más absoluta de las miserias: miseria moral, social e intelectual.

La lucha, si de verdad quiere serlo, debe ser la lucha contra la miserabilidad de nuestras vidas, la lucha contra toda especialización, la lucha por una educación orientada a formar seres humanos autónomos y no autómatas despojados de su humanidad… La lucha por una Universidad no mercantilizada debe ser la lucha por un mundo no mercantilizado, lo demás es pura palabrería.

¡Recuperemos nuestras vidas!


Otros comunicados y manifiestos sobre el Plan Bolonia:

- Manifiesto aparecido en paredes de una facultad de la universidad complutense de Madrid

- El Plan Bolonia y tú con esos pelos: Invitación a pelear por el derecho a la educación


lunes, noviembre 14, 2005

Détournement bajo el cielo de París


Détournement bajo el cielo de París



A quien me enseñó lo que es el amor…



1.


Coge mi mano con fuerza. Cierra los ojos y déjate llevar. Ten confianza en mí, pero sobre todo ten confianza en ti, en nosotros y en lo que de hermoso pueda quedar en este monstruoso mundo. ¿Notas ya el cuerpo ligero, los pies desanclándose del suelo? Vuela, vuela conmigo. Acompáñame hasta la ciudad más bella del mundo. Acompáñame a la ciudad de los poetas y los bohemios.


A espaldas de los tedios y los vastos pesares,

que oprimen con su peso la brumosa existencia,

feliz aquél que puede, con alas vigorosas,

lanzarse hacia campos brillantes y serenos;

aquél cuyas ideas se elevan, como alondras,

libremente hacia el cielo del claro amanecer;

-sobrevuela la vida y entiende sin esfuerzo

la lengua de las flores y de las cosas mudas.

(Charles Baudelaire: “Elevación”)


Ven conmigo a París, la ciudad de los sueños. París donde la Modernidad nació y donde hallará algún día –pronto quizás- su lecho.


Lo moderno tiene que estar en el signo del suicidio, sello de la voluntad heroica que no concede nada a la actitud que le es hostil. Ese suicidio no es renuncia, sino pasión heroica. Es la conquista de lo moderno en el ámbito de las pasiones.

(Walter Benjamin: “El París del Segundo Imperio en Baudelaire”)


Y en nuestro devenir seamos héroes o al menos tratemos de serlo. Alcémonos sobre las ruinas humeantes de esta ciudad sin dueño. Héroes o villanos, aún podemos elegir, pero me temo que esto es por poco tiempo. ¡Corramos ahora que aún tenemos tiempo!


La noche de los conjurados

todos los bailarines comprendimos el día y la hora

ya que el porqué estaba de sobra justificado

en la inmensa cuantía del sufrimiento humano.

(Leopoldo María Panero: Contra España y otros poemas)


Lancémonos, como fantasmas recorriendo los cielos, a contraviento, volando más alto y mucho más lejos. Fíjate, allá abajo, las hogueras iluminan el camino. No sabemos hacia dónde nos conduce, pero ten presente que sólo hay dos posibles senderos: el que termina en el abismo o aquel que hace realidad los sueños. En cualquier caso, son las hogueras en la que se consumirán los restos de un siglo ya viejo. ¿Qué camino tomarán los acontecimientos? No lo sé, pero ¿por qué no el que nosotros mismos creemos?


Caminante, son tus huellas

el camino, y nada más;

caminante, no hay camino,

se hace camino al andar.

Al andar se hace camino

y al volver la vista atrás

se ve la senda que nunca

se ha de volver a pisar.

Caminante, no hay camino,

sino estelas en la mar.

(Antonio Machado: Proverbios y cantares)


Ya llegamos. Desciende despacio. A nuestros pies se extiende la ciudad sin nombre, la ciudad indomable, la ciudad que se armará sobre sus ruinas.



2.


¿Te llega el olor de la revuelta? ¿La sientes? Yo también. No se parece a otras. Es cierto. Es odio lo que llevan dentro. Un profundo, hiriente y doloroso odio. Es la furia por no hallar un lugar en este mundo y antes que soportarlo prefieren verlo ardiendo, consumiéndose hasta los cimientos. No les censures, al menos no de momento, pues piensa que el odio lo llevamos todos dentro.

De no haber odiado nunca nada, ¿habría podido jamás amar alguna cosa?

(Robert Walser: “Niños y casitas”)


Ha sido el odio el que ha movido el mundo desde hace siglos. El odio contra lo viejo ha hecho nacer lo nuevo. Pero a menudo el odio ha sido ciego, sordo, tremendamente estúpido y sólo ha engendrado más odio, más irracional y violento. ¿Cómo utilizarlo? ¿Cómo hacer crecer lo nuevo sobre lo viejo sin barrer con fuego más que lo que ya estaba ardiendo?

Hay que conquistar la desesperación

más intransigente

para llegar a las formas más duras y más vacías

para construir nuestro castillo

(Leopoldo María Panero: Teoría)


Es necesario que busquemos una respuesta. Hacer hablar a nuestro desencanto. Pero el tiempo se nos acaba. Cada instante que pasa es un eslabón más en nuestra cadena. La herida sigue sangrando y amenaza con hacernos perecer desangrados, sobre el asfalto de esta ciudad de muertos.


- ¡Dolor, dolor! El tiempo nos devora la vida

y el oscuro Enemigo que el corazón nos muerde

crece y se hace más fuerte con la sangre que echamos.

(Charles Baudelaire: “El enemigo”)


Sigamos, pues, nuestro camino a través de las humeantes ruinas, junto a los coches en llamas, símbolo de una sociedad que consume a sí misma, y tal vez podamos encontrar una respuesta, un posible sentido que nos eleve sobre las ruinas de nuestras vidas.


Para las masas en su existencia más honda, inconsciente, las fiestas de alegría y los incendios son sólo un juego en el que se preparan para el instante enorme de la llegada de la madurez, para la hora en la que el pánico y la fiesta, reconociéndose como hermanos, tras una larga separación, se abracen en un levantamiento revolucionario.

(Walter Benjamin: “Sombras breves”)


Toma de nuevo mi mano. Vayamos al centro de la revuelta. Tratemos de comprenderla abandónate conmigo en el centro de la tormenta, dejándonos llevar por su furia. Comprender nos debe llevar a recordar para poder elevarnos por encima de la Historia. ¡Sígueme!



3.


Ciudad vieja, mucho has conocido ¿Recuerdas aquellos tiempos que no vivimos? ¿Recuerdas los días de vino y rosas? ¿Recuerdas las miles de lágrimas, tantas como el océano inmenso? ¡Qué bellos días, qué agrios recuerdos!


Papá cuéntame otra vez que tras tanta barricada
y tras tanto puño en alto y tanta sangre derramada,
al final de la partida no pudisteis hacer nada,
y bajo los adoquines no había arena de playa.

(Ismael Serrano: “Papá cuéntame otra vez”)


Yo también los tengo presentes en mi memoria. Siento su impulso guiándome a lo largo de los avatares de mi existencia, enseñándome a levantarme cada vez que caí. Pero hoy se desvanece la memoria, se disuelve en las mentiras de la historia.

la musa de la historia, Clío, está tan completamente inficionada por la mentira como una prostituta callejera por la sífilis.

(Arthur Schopenhauer: “Metafísica de lo bello y estética”)


La historia nos abandona al porvenir. Huérfanos, pobres hijos de un siglo infecto que puso su semilla sobre la historia para darnos a luz, arrojándonos al vacío, a la nada de un progreso sin miras. Y ahora nos encontramos perdidos, entre una esperanza tímida y el más intenso miedo al futuro.


Algunas claves

del futuro

no están en el presente

ni en el pasado

están

extrañamente

en el futuro

(Mario Benedetti: “Conjugaciones”)


Pero a pesar de todo, hay un futuro que está todavía por escribir, aunque su escritura a menudo nos precede, aún podemos vencerlo, retomándolo en nuestras manos. Pero no nos atrevemos a afrontar la tarea. Nos asomamos a hurtadillas a su puerta porque ya no nos pertenece nos ha sido extrañado, suplantado por el dictado del presente.

En un solo minuto hay tiempo suficiente

para decisiones y revisiones que un minuto más tarde serán vueltas del revés

(T. S. Eliot: “La canción de amor de J. Alfred Prufrock”)


Ya no cuenta ni el pasado ni el futuro, sólo existe el ahora. Es la señal distintiva de nuestra época. Por eso son hijos de su tiempo. Reivindican su ahora, reniegan de su pasado y no creen en nuestro futuro. Por eso su revuelta nos enseña más sobre nosotros mismos de lo que nos gustaría reconocer.

tanto teme el hombre sin horizontes su muerte que desprovisto de dios cava su tumba

(Tristan Tzara: El hombre aproximativo)



4.


Observa los rostros. Los viejos junto a los nuevos. Son nuevos, sí, y lo son en todos los sentidos, mas… ¡cuán iguales son ya todos! Tan poco hay que los distinga…


La raza humana es harto uniforme. La inmensa mayoría emplea casi todo su tiempo en trabajar para vivir, y la poca libertad que les queda les asusta tanto que hacen cuanto pueden por perderla. ¡Oh, destino del hombre!

(J. W. Goethe: Penas del joven Werther)


Todos -también los que se rebelan- reflejan, en su diversidad, la misma unicidad. La misma nada, la nuestra y la suya, aquí y en todos los lugares. La vida de los hombres ha quedado reducida al pálido reflejo de aquello que debiera ser. Abandonados al hastío, al aburrimiento de lo siempre nuevo, pero falso y por ello estéril y feo.

El tedio de lo constantemente nuevo, el tedio de descubrir, bajo la falsa diferencia de las cosas y de las ideas, la perenne identidad de todo, la semejanza absoluta entre la mezquita, el templo y la iglesia, la igualdad de la cabaña y el castillo, el mismo cuerpo estructural entre ser rey vestido y salvaje desnudo, la eterna concordancia de la vida consigo misma, la inmovilidad de todo lo que vivo sólo de moverse está pasando.

(Fernando Pessoa: Libro del desasosiego)

Este sinsentido de la existencia esconde lo más aterrador de nuestro tiempo y explica la terrible indiferencia con la que hemos llegado a asumir la monstruosidad, con docilidad, con absoluta indiferencia. Culpables pero inocentes, sin tan siquiera saberlo. Perdida nuestra capacidad de afrontar la vida, porque parece que ésta carece ya de todo sentido.

A Winston le sorprendía que lo más característico de la vida moderna no fuera su crueldad ni su inseguridad, sino sencillamente su vaciedad, su absoluta falta de contenido.

(George Orwell: 1984)


Parece como si no hubiese ya posibilidad de escapar, ¿dónde podríamos huir? Sólo nos resta plantar cara y luchar. Resistir apegados a nuestra humanidad o arrojar las armas lejos de nosotros y abandonar, llorando, el campo de batalla.


A veces el cielo cambia de color. Siendo negro, se convierte en más negro. Se eleva en un tono como para indicar que lo impenetrable ha retrocedido más aún.

(Maurice Blanchot: El último hombre)


Me has acompañado en este viaje y has escuchado cosas que preferirías que fuesen sólo un sueño, una pesadilla de la que despiertas y recuerdas con una sonrisa: sólo fue sueño. Pero esto no es un sueño, aunque pudiera parecerlo, hemos llegado hasta aquí, hasta el infierno.


Así que esto es el infierno. Nunca lo hubiera creído… ¿Recordáis?: el azufre, la hoguera, la parrilla… ¡Ah! Que broma. No hay necesidad de parrillas; el infierno son los otros.

(Jean-Paul Sartre: A puerta cerrada)


Los otros… ¿o nosotros mismos en nuestra pérfida complicidad con lo que nos condena? Te he lanzado hasta el infierno, pero no te abandonaré y juntos, tal vez, podamos transformar la pesadilla en dulce sueño. Coge mi mano de nuevo, más fuerte, y prosigamos en busca de algo que nos invite a vivir.



5.


Llegamos, pues, al final de este viaje. La desesperación parece tocar techo y la revuelta se diluye, pues en su esencia está que se evapore, confundiéndose con aquello contra lo que se alzó. Siempre ocurre, como si el ciclo fuese siempre el mismo. Pues nada parece cambiar a lo largo de los tiempos. Toda revolución fracasa por culpa de sus planteamientos.


Ni tampoco el mundo se renueva volviendo a tomar la Bastilla

Yo sé que únicamente lo renuevan quienes viven enraizados en la poesía

(Guillaume Apollinaire: “Poema leído en la boda de André Salmon”)


¿Puede la poesía ofrecernos algo para construir un mundo nuevo? El poeta es una figura marginal de las revoluciones, pero siempre se le encuentra en ellas. No hay revolución, no hay tiempo ni lugar donde el hombre haya luchado por una vida emancipada, que no haya contado con un aedo, un trovador, un poeta, un luchador de la palabra.


El quiso ser

palabra sobre el río amanecer

y caminó

por viejas esperanzas

que nadie entendió.

(José Antonio Labordeta: “El poeta”)


Y ahora, en la frontera de lo monstruoso, ante la amenaza de la disolución de aquello que hemos sido, ¿quién sino el poeta? ¿quién podrá alzarnos más allá de los tiempos, recordándonos lo que fuimos, lo que todavía somos?


Si se limpiasen las puertas de la percepción, todas las cosas aparecerían ante el hombre como son: infinitas.

(William Blake: El matrimonio del cielo y el infierno)


Saltemos hacia el infinito. Tú y yo juntos, con la fuerza de la poesía. Armados con la palabra y protegidos por la armadura del amor. La más gloriosa de las rebeliones, la que se envuelva en el amor infinito, en la palabra, pero revestida de profundo odio; odio hacia quien quiere que dejemos de amar, que dejemos de amarnos, que dejemos de creer en la poesía, que dejemos de ser humanos…


Pero es el amor (l’amour o deseo) lo que produce la transición del pesimismo a la acción; el amor denunciado en la demonología burguesa como la raíz de todo mal. Porque el amor exige el sacrificio de todos los demás valores: el status, la familia y el honor. Y el fracaso del amor dentro del marco social lleva a la revuelta.

(Manifiesto de los surrealistas a propósito de La edad de Oro)


La revolución tendrá odio y amor a partes iguales. La revolución será poesía pura. ¡Armemos el odio con amor! ¡Todo el poder para los poetas! ¡Todo nuestro amor y todo nuestro odio para acabar con la sinrazón!