jueves, diciembre 29, 2005

(re)tomando el control de nuestras vidas

(re)tomando el control de nuestras vidas

Crítica del mito del progreso, de la civilización industrial y de la violencia técnica

Hace ya muchos años que nos aseguraron que la Historia había llegado a su fin. El capitalismo triunfante decretaba la muerte de las ideologías -salvo la suya propia, claro está-, erigiéndose como la culminación, justa y necesaria, de la Historia de la Humanidad. Se aseguraba que el inicio del nuevo milenio sería el del bienestar, la prosperidad y la abundancia para la totalidad de la Humanidad. El mesianismo de los que se llaman racionalistas. Nada nuevo bajo el sol. La mentira es hoy más que evidente. La caída del muro de Berlín no supuso el fin de las ideologías ni el fin de la Historia, sino su continuación bajo el dominio de la única ideología permitida: la del progreso, conducida por los bueyes del capitalismo y la tecnocracia. Pero el bienestar augurado por ese mito –más que ideología- moderno sigue sin llegar. Llevamos escuchando sus mentiras desde hace más de dos siglos y los beneficios tan cacareados no aparecen más que en forma de migajas que además nos condenan a la mayor de las miserias, cada día somos más ricos en cosas e infinitamente más pobres en experiencias, en nuestras relaciones y en el desarrollo de nuestras potencialidades como seres humanos[1]. La miseria de nuestras vidas parece así inversamente proporcional a la cantidad de bagatelas que nos vende el capital, tratando con ello de tenernos dormidos para que no cuestionemos el sistema.

Desde el siglo XIX llevamos escuchando a los defensores del progreso, ya fuesen éstos liberales o marxistas, anunciar la llegada del reino de la abundancia. Nos anunciaban, extasiados, el fin de todos los males de la humanidad con sólo seguir al pie de la letra sus dictados. Nos mintieron, nos dijeron que la industrialización acabaría con todas las penurias a las que había estado sometida la Humanidad desde el comienzo de los tiempos: hambre, enfermedades, trabajo, miseria. Mentiras, mentiras, mentiras. La Historia, a pesar de que la declaren muerta y enterrada, no miente al respecto. El siglo XX no fue el siglo de la prosperidad como anunciaban los profetas del progreso, sino el del horror. En nombre del progreso se cometieron las mayores atrocidades que ha conocido la Historia. El siglo XX es el siglo de Auschwitz, que no fue una excepción de la Historia como nos quieren hacer creer para que respiremos satisfechos y podamos dormir tranquilos y sin remordimientos, achacando la barbarie a los desvaríos de un loco que engañó a todo un pueblo con una ideología endemoniada que nada tiene ya que ver con nosotros pues fue derrotada. Auschwitz sigue presente en nuestras vidas, puesto que no fue una excepción de la Historia, sino una consecuencia del progreso, de la Ilustración, de esa concepción del mundo que ve a éste y a los seres que lo habitan como objetos, como útiles, como seres inertes.

Queriendo liberar al ser humano, el liberalismo y la Ilustración lo han condenado a la peor de las esclavitudes, la que lo reduce a su dependencia material. El ser humano queda reducido a nuda vida, a su simple existencia biológica, convirtiéndose en el homo sacer del que habla Agamben[2]. La infinita complejidad humana se somete a los imperativos de la biopolítica, en la que al ser humano sólo se le reconoce su existencia biológica, sin tener en cuenta las posibilidades de realización de esa existencia, aspecto éste sobre el que insistiré más adelante.

Reyes Mate rastrea las “razones” últimas de Auschwitz en la crítica que los avisadores del fuego[3] Rosenzweig y Benjamin hacen del idealismo inherente a la filosofía occidental:

El idealismo tiene dos movimientos. Por un lado, coloca el sentido fuera de la realidad, en el mundo de las ideas; de esta forma se produce un desprecio de la experiencia ya que se vacía la realidad de significación. Por otro, su querencia al monismo, esto es, la reducción de la pluralidad de la vida, de la riqueza del mundo de la vida, a la unicidad del concepto. La alianza entre estos dos arietes –el desprecio de la vida con el monismo- produce resultados demoledores en lo tocante a la interpretación de la experiencia, sobre todo a la experiencia del sufrimiento.[4]

Pero no se trataría tanto, en mi opinión, del idealismo, sino del mito de progreso subyacente a todas las ideologías de la Modernidad. Es el mito del progreso, sustentado en la ideología, del tipo que sea, el que lleva a considerar al ser humano como algo contingente, sujeto a las “necesidades” del avance de la Historia, de la nación o de la economía. Es esa ideología la que justifica la barbarie, ya sea ésta Auschwitz –era necesario exterminar a los judíos por el bien de la raza alemana-, Hiroshima –era necesario emplear la bomba atómica para terminar la guerra- o Bhopal –es necesario que existan fábricas de productos químicos, aunque sean peligrosas, por el bien de la Humanidad-. El bien de la raza, la nación o la Humanidad, entidades abstractas, siempre por encima del bien de las personas, de los seres humanos concretos, ya sean los judíos exterminados por el nazismo, los japoneses víctimas de la bomba o los habitantes de Bhopal víctimas de la mayor catástrofe ecológica de la Historia[5]. El progreso no entiende de moralidad. Todo debe quedar supeditado a su avance inexorable.

A pesar de todo, el mito del progreso sigue intacto, como si nada hubiese ocurrido o como si todo lo ocurrido no fuese con nosotros. Es el gran enigma de la docilidad[6], de la inconsciencia que nos hace seguir caminando hacia el abismo, sin darnos cuenta que tarde o temprano caeremos por el precipicio. Y al hablar de caída, de catástrofe, no me refiero tanto a la catástrofe ecológica, espectacular, que, en caso de llegar, es posible que lo haga cuando ya el ser humano haya dejado de existir, al menos tal y como lo concebimos ahora[7]. Es cierto que estas catástrofes existen y que su incidencia es cada vez mayor: tsunamis, huracanes, fugas radiactivas, pandemias, etc., y que se llevan por delante miles de vidas, que, para los tecnócratas, no son más que daños colaterales del progreso, pobres que no tuvieron el dinero suficiente para ir a vivir a una urbanización de lujo en un país del primer mundo alejados de los peligros tóxicos, nucleares o naturales[8].

Pero la peor de las catástrofes es la catástrofe cotidiana que padecemos, la violencia técnica que reduce al ser humano a un objeto. Cualquier relación humana se haya irremediablemente mediada, no podemos tener relaciones libres si no somos libres y mientras no tengamos el control total y absoluto de nuestras vidas jamás podremos considerarnos libres. Nuestras vidas están dominadas por fuerzas que se escapan a nuestro entendimiento y control y no tratamos aquí de un problema metafísico, sino de la supeditación de todo lo humano a los criterios que marca el mercado, la industria y la tecnificación del mundo. La dimensión humana desaparece absorbida por los imperativos del desarrollo del capitalismo tecno-industrial. No se puede detener el progreso, aunque este tenga consecuencias catastróficas para nuestras vidas. Poco importan los problemas que pueda provocar la construcción de un TAV en las vidas de las personas que habitan las tierras por las que va a pasar. No se tiene en cuenta la degradación de la tierra y las especies y las consiguientes consecuencias para el medio ambiente y la vida en general –incluida la humana- provocadas por la introducción de organismos modificados genéticamente. Tampoco es importante que las relaciones humanas sean cada vez más difíciles, insatisfactorias y falsificadas. Nadie se cuestiona realmente que nuestra forma de vida esté convirtiendo a nuestros niños en monstruos sin sentimientos y sin capacidad de comprensión de la realidad, absortos en las pantallas de sus videoconsolas, sin ver que hay un mundo más allá de los videojuegos. Nada importa, nada se cuestiona mientras las estadísticas de la economía nos sigan asegurando que crecemos a un ritmo mayor del previsto y que progresamos hacia un mayor bienestar.

El bienestar nos llega en forma de coches más rápidos, de nuevos canales de televisión y de bagatelas tecnológicas con las que sólo se deslumbra a pusilánimes y mediocres. ¿Cómo se puede hablar de prosperidad haciéndolo exclusivamente en términos de posesiones materiales? La felicidad, el desarrollo personal, la autosatisfacción, la intensidad de las relaciones humanas, todo aquello que realmente nos habla de la prosperidad y de la consecución de una vida plena y satisfactoria, son descartados por no cuantificables en las estadísticas. El bienestar se mide en relación a la posesión de cosas, pero éstas acaban poseyéndonos a nosotros, al obligarnos a pensarlo todo, incluido el ser humano, en función de criterios cosificantes tales la posesión/no posesión. Ésta es una de las consecuencias más palpables de la biopolítica, de la reducción del ser humano a nuda vida[9]. El sistema asegura un desarrollo material como nunca antes en la Historia se había conocido –al menos en los países del llamado primer mundo-, pero es un desarrollo doblemente falso. En primer lugar porque su principal motivación es atarnos más al sistema, creando falsas necesidades, que son cubiertas con nuevos productos, vendiéndonos siempre cosas que no necesitamos y que no se diferencian en nada a los que ya tenemos, pero aún así debemos comprarlas para estar a la última, es la obsolencia programada de la tecnología, cuyas consecuencias se transmiten también al ser humano, sólo lo nuevo es válido para el sistema, por eso aparcamos a los viejos donde no nos molesten. En segundo lugar porque la riqueza material esconde la pobreza de la experiencia de nuestras vidas, que trata de camuflarse por medio de sucedáneos, ya sea en el trabajo, desvalorizado y empobrecido con la especialización, la productividad a ultranza y la precarización; en la vida cotidiana, cuyos valores son sustituidos por los del ocio, alienante y vaciado de cualquier contenido que enriquezca nuestra vida; o en las relaciones humanas, que adoptan el lenguaje y las formas de la cosificación perenne a que somos sometidos, quedando reducidas a la estandarización y a tratar con las personas como si fuesen objetos.

Todo esto ocurre, y esto es lo más grave, en medio de la más absoluta indiferencia, cuando no colaboración, por nuestra parte. Nos dejamos llevar. Protestamos cuando colocan una antena de telefonía en nuestra azotea o cuando se construye una autopista al lado de nuestra casa, pero enseguida lo olvidamos porque no podemos vivir sin el teléfono móvil y el coche. ¿Hasta qué punto somos conscientes de que nuestro modo de vida ha entrado en una espiral de locura? ¿Hasta qué punto somos capaces de dar marcha atrás o al menos detener la marcha que nos lleva al colapso? ¿Somos todavía capaces de (re)tomar el control de nuestras vidas, de volver a ser humanos?

El ser humano se abandona a su propia (auto)destrucción, alegremente, despreocupado, como si nada fuese con él. A cambio de su muerte recibe bagatelas, sucedáneos de vida empaquetada. Los adalides del progreso, los gurús de la economía liberal jalean su victoria. La falsa oposición, encarnada en los ecologistas y la socialdemocracia, plantea tímidas objeciones: piden un desarrollo sostenible, moratorias para el cultivo de transgénicos, más transporte público o energías renovables. Temen ahondar demasiado en sus críticas so pena de que les acusen de antiprogresistas, de bárbaros, cuando los bárbaros son aquellos que condenan a la Humanidad a su disolución. Se convierten así en cómplices necesarios, en garantes del sistema:

Han aceptado solemnemente vivir en un mundo contaminado, a condición de que la contaminación tenga límites estadísticamente razonables y ellos puedan participar en su medición. Sueñan con un mundo de controles técnicos cada vez más eficientes y de empresas que contaminan pero pagan, de políticos que se equivocan pero dimiten.[10]

Sólo contribuyen a reforzar el sistema y a atarnos más a la dictadura tecnocrática, esperando sentados el día en que el sistema estalle para proclamar orgullosos: «ya os lo advertimos», sin ser conscientes de que ellos son tan responsables como las empresas y los gobiernos.

El panorama aquí dibujado es francamente desesperanzador y, por desgracia, las alternativas reales que nos permitan (re)conducir el mundo hacia una dimensión más humana y (re)tomar el control de nuestras vidas son escasas y deben enfrentarse a todos los mecanismos de propaganda y de represión del sistema, por lo que la mayoría de la gente no llega jamás a plantearse estos problemas y si lo hace es de forma parcelaria, viendo sólo una parte de los mismos –la contaminación o el cambio climático- sin ser conscientes de que sólo son una parte de la totalidad del crimen que se está cometiendo contra la Humanidad. Esto conlleva una actitud de resignación, de aceptación sumisa por parte de la inmensa mayoría de la población, pero lo que sorprende es que esa actitud resignada se vislumbre también en muchas personas conscientes, cuya única propuesta parece ser cruzarse de brazos y esperar el colapso de la civilización industrial, sin darse cuenta –o quizás sí- de que ese colapso también les arrastrará a ellos[11]. Son las dos caras de una misma moneda, el mito del progreso y el mito del eterno retorno que nos devuelva al jardín del Edén neolítico[12], las dos suponen el abandono del pensamiento crítico, las dos forman parte del dejarse llevar al que nos arrastra el sistema.

Frente a la anomia dominante que trata de evitar que pensemos en la irracionalidad intrínseca a nuestra forma de vida como en un todo que hay que combatir en todas sus partes, es necesaria una recuperación del pensamiento crítico que nos proporcione las bases para el tan necesario combate, que será a vida o muerte y en el que habrá que luchar contra un enemigo que utiliza todos los recursos de la megamáquina, incluido el monopolio de la violencia que se autootorga. Por ello, la tarea revolucionaria que se enfrente a la megamáquina debe ser más consciente que nunca de las contradicciones del sistema y aprovecharlas para derribarlas. Por tanto, si vivimos en un sistema que recurre constantemente a la violencia, no sólo física, sino también –y fundamentalmente- técnica, el recurso a la violencia para combatir ese sistema es más que legítimo, es necesario. Como Benjamin decía en su tesis octava de Filosofía de la Historia: “La tradición de los oprimidos nos enseña que la regla es el «estado de excepción» el que vivimos”[13]. Esa consciencia del estado de excepción en el que vivimos es el que nos autoriza moralmente al recurso a la violencia contra el sistema que suspende el derecho[14]. Esta violencia revolucionaria benjaminiana se debe entender fundamentalmente como una violencia defensiva de la Humanidad contra la dictadura tecnocrática y su violencia técnica, adoptando diferentes estrategias subversivas: el sabotaje industrial, científico y biotecnológico; la insumisión a la escuela, al trabajo alienado o a la mercantilización de las relaciones humanas; la subversión de los criterios del mercado por medio de la (re)apropiación y (re)utilización de productos, y otras formas de lucha consciente y firme contra el sistema, todo ello sin descartar que la lucha adopte un grado mayor de violencia según avance y el sistema responda con toda su maquinaria represiva. Si algún día la Humanidad llega a ser libre no lo será sin haber derribado antes los pilares de la civilización industrial. Estamos en guerra contra esta sociedad y no la abandonaremos sin luchar.



NOTAS:

[1] “Nos hemos hecho pobres. Hemos ido entregando una porción tras otra de la herencia de la humanidad con frecuencia teniendo que dejarla en la casa de empeño por cien veces menos de su valor para que nos adelanten la pequeña moneda de lo «actual»”, Walter Benjamin: “Experiencia y pobreza”, Discursos interrumpidos I, Taurus, Madrid, 1987, p. 173.

[2] Giorgio Agamben: “Forma-de-vida”, Medios sin fin. Notas sobre la política, Pre-Textos, valencia, 2001, pp. 13 y ss.

[3] “expresión benjaminiana con la que designa a quienes avisan de catástrofes inminentes para impedir que se cumplan”, Reyes Mate: Memoria de Auschwitz. Actualidad moral y política, Trotta, Madrid, 2003, p. 137.

[4] Reyes Mate: Memoria de Auschwitz. Actualidad moral y política, Trotta, Madrid, 2003, p. 138.

[5] Las víctimas directas del escape de gases letales de una fábrica de pesticidas de la Union Carbide Corporation en Bhopal (India) en 1984 fueron 8.000, a las que hay que sumar otras 20.000 que han muerto a lo largo de los años sucesivos como consecuencia de esta “catástrofe”, otras 150.000 sufren daños irreparables y unas 500.000 personas se vieron afectadas en mayor o menor medida. La fábrica fue abandona pero no descontaminada y todavía hoy sigue liberando sustancias químicas contaminantes.

http://archivo.greenpeace.org/bhopal/index.htm

[6] Pedro García Olivo: El enigma de la docilidad. Sobre la implicación de la Escuela en el exterminio global de la disensión y la diferencia, Virus, Barcelona, 2005, pp. 11 y ss.

[7] No podemos descartar que el avance de las biotecnologías y las inteligencias artificiales acabe por consagrar la obsolencia del ser humano.

[8] No olvidemos que Union Carbide trasladó la producción de determinados productos químicos de Estados Unidos a la India después de que una pequeña fuga causase el pánico entre la población estadounidense.

[9] “La biopolítica, esto es, la reducción del hombre a nuda vida, sin ninguna proyección universal, sería el fracaso de la Modernidad porque si sólo hay nuda vida, la vida se reduce a supervivencia, sin ningún reconocimiento.”, Reyes Mate: op. cit., pp. 78-79.

[10] Los Amigos de Ludd y los enemigos del mundo industrial: “Prestige. Los secretos de la adaptación moderna”, Ekintza Zuzena, 30, 2003, pp. 14-15.

[11] El mesianismo y resignación de ciertos personajes que dicen oponerse al progreso es espeluznante: “Con todo, si no hay lugar al optimismo, tampoco lo hay al pesimismo, pues la catástrofe, en definitiva, no es que Occidente se hunda, sino que subsista. Que el mundo moderno se desmorone es, en todo caso, la única esperanza para quienes mantienen viva alguna fe en la humanidad. Quizá la consumación de la Caída esté inscrita en el proyecto divino como condición necesaria para que hasta las substancias más sórdidas que el progreso rezuma se transmuten, cual materia prima de la Obra alquímica, en las piedras preciosas que cimienten los muros de la Jerusalén celestial.”, Agustín López Tobajas: Manifiesto contra el progreso, José J. de Olañeta Editor, Palma de Mallorca, 2005, p.125.

[12] “La cuestión más grave en torno al primitivismo es que, en su sesgo más explícito, es la otra cara del discurso tecnológico y ultraprogresista del presente. Ambos obedecen a los mismos planteamientos anti-históricos. La civilización hiperindustrial engendra tanto el entusiasmo tecnófilo como la búsqueda del salvajismo primitivo. Las dos utopías dramáticamente enfrentadas, se encuentran en los polos de una sociedad que quiere evitar a toda costa que el pensamiento crítico escape de la tumba de las banalidades al uso.” Los Amigos de Ludd: “Carta abierta a los primitivistas”, Los Amigos de Ludd, 7, 2004, p. 16.

[13] Walter Benjamin: “Tesis de Filosofía de la Historia”, op. cit., p. 182

[14] Giorgio Agamben: Estado de excepción. Homo sacer II, 1, Pre-Textos, Valencia, 2003, p. 88.





sábado, diciembre 24, 2005

Versos al hijo de dioS

Versos al hijo de dioS


“Jesucristo no era un pacifista. No era un mariquita.”

Reverendo Jerry Falwell


Los firmes pechos de María resplandecían espléndidos

al dar de mamar al Elegido

en su cálida y acogedora guarida.

El bastardo mordisqueaba con delicadeza

los pezones duros y enrojecidos de su madre,

al tiempo que frotaba con su pequeña manita

el clítoris puro de su inmaculada concha,

arrancando gemidos de placer

de las entrañas de su virginal progenitora.

María chorreaba de lujuria y orgullo,

encandilada por las divinas palabras

que le susurraba al oído:

«Bendita eres entre todas las mujeres,

perra espléndida,

y bendito es el fruto de tu vientre

y de tu húmedo y rojo sexo.»

José el carpintero decidió serrar

su flácido miembro de cornudo;

humillado, desaparecerá en las calles

de Amsterdam, látigo, corsé y botas de cuero rojo.

¡Oh! Jesús, el placer de consumar

el más blasfemo incesto, renegar del padre

y abrazar al hideputa, besando

su sucio y maloliente trasero rojo.

Bajo la dorada cúpula se celebrará,

entre humo blanco y putrefacción de siglos,

la sagrada orgía, espectáculo del Apocalípsis,

donde el Gran Cabrón te montará

y tú orinarás -culminación de tu reinado-

sobre el álbum de fotos de tu sagrada familia.

Por los siglos de los siglos, así sea.





jueves, diciembre 22, 2005

LA REVANCHE


LA REVANCHE


A la memoria de Guy E. Debord (1931-1994)


1.-

OTOÑO de frío y seco duelo en las entrañas de la historia, declarada su muerte con la de su último estandarte caído

que arrastró consigo al sujeto mismo, motor que fue aunque no suficiente,

corroído por los engranajes de la maquinaria que permite al Espectáculo continuar como espectáculo de sí mismo y de su inevitable (auto)superación

más allá de la imagen grotescamente deformada en el espejo de esta feria de monstruos.

2.-

LEJOS, en el infinito que pudo ser y no fue, se levanta una estatua de madera carcomida,

sombra burlesca en la congregación de idólatras del panteón de los aborrecidos,

junto a los filósofos de luengas barbas y pensamiento encallecido que maldicen a gritos en su silencio solitario a espaldas de los tiempos,

maltratada estirpe de Caín, eternos perdedores aun cuando venciesen.

3.-

TUS HIJOS no lloran por ti, celebran tu partida escupiendo satisfechos sobre su sucio y seco esperma,

miserables arrepentidos hijos de la perra más infecta que se bañan en su propia mierda, saboreándola placenteramente.

Ellos jamás te amaron, fingían cual rameras, les asustaba la verdad de tus fauces inmisericordes

que resplandecían a la luz de las hogueras que algún día volverán a prender para consumirlo todo y más,

cuando el humo alcance Montparnasse y los mercaderes sean expulsados del Templo por última vez y para siempre.

4.-

EL ALCOHOL no te mató por más que lo repitan una y mil veces, menos aún la bala que te rompió el corazón,

charlatanes asquerosos fuisteis vosotros y vuestra cobardía, esclavos satisfechos vendidos por menos de tres monedas,

fetichistas abrazados al gigantesco falo cuyo glande estriado lamen arrebatados, observando el acrecentamiento progresivo, siempre más y más,

creyendo poder mantenerse a flote en medio del escatológico océano del barroco patetismo de la (pos)historia,

hasta que un día un vergazo os desgarre los intestinos podridos, acabando con la miseria de vuestras venas vacías.

5.-

LA BELLEZA de tu rostro de niño malo, tu mirada desafiante, la pasión de tu verbo y tu pluma afilada como daga envenenada

perviven en la memoria de los habitantes de las alcantarillas, donde vagamos a la deriva atravesando los pasadizos olvidados hasta el esperado momento de salir a la superficie

con antorchas que escupan fuego por el odio y la rabia de siglos de derrota tras derrota que vengaremos

ese día en que la fuerza de nuestro infinito amor y el poder magnífico de nuestra palabra revolucionaria se fundan en una poesía pura

que os hallará por fin el sitio del corazón

de negro hielo

y emponzoñada sangre

devorándolo a dentelladas como hermosos y orgullosos lobos

haciendo del cadáver

de la civilización

el último

y más espléndido

POEMA

……………







lunes, diciembre 19, 2005

Mensaje hallado en una botella


Mensaje hallado en una botella


La literatura es la ciencia de la realidad devenida insoportable

Leopoldo María Panero


Poesía no somos

ni tú, ni yo, ni el aire

que a duras penas

respiramos;

no hablemos ya de Dios

y de su absurda Creación

-delirios de grandeza-,

ni de todas las cosas buenas

que con toda firmeza

afirman

tiene la vida.


Poesía es –pienso-

esa rabia contenida

que consume los días

latiendo

por los resquicios

de la estúpida armonía

que inspira

el siempre aspirar a más

y más de la misma

triste vulgaridad.


Poesía es odio

y amor a partes iguales,

y en todo caso,

que no te engañen.

Odio forjado

en el crisol de nuestros besos

de amor a dentelladas

sobre la arena de una playa

que acaso no existe

más que en sueños.

Poesía es dolor

de vida

que no podemos parar

pese a que ansiemos

la caricia cálida y sincera

de la madre amada

y escupamos

en cada verso ensangrentado

la monstruosa verdad del gozo,

incestuoso placer,

de morir en la poesía.

jueves, diciembre 15, 2005

Una odisea madrileña


Una Odisea madrileña


“Un paseo está siempre lleno de importantes manifestaciones dignas de ver y de sentir.”

Robert Walser


“Los pájaros visitan al psiquiatra,
las estrellas se olvidan de salir,
la muerte viaja en ambulancias blancas,
pongamos que hablo de Madrid.”

Joaquín Sabina



El delicioso y sutil arte del paseo, que antaño fuese uno de los rasgos más característicos de la vida madrileña, se ha convertido en el Madrid del siglo XXI en una grotesca odisea. El infortunado Ulises que se aventure a consagrar una tarde a pasear por la ciudad, sin más dirección ni sentido que aquellas que le depare el azar, deberá sortear tantas dificultades como el mítico héroe griego. Madrid ha quedado vedada al paseante por obra y gracia del coche y el cemento, maravillosos adelantos técnicos de nuestra época que ningún alma sensible podrá jamás llegar a comprender. Tenemos ante nosotros la culminación de la Modernidad: la ciudad expropiada al ciudadano. Extraños tiempos…

Quien quiera arriesgarse a deambular por la ciudad ha de hacerlo ateniéndose a las consecuencias, que pueden llegar a ser funestas. Como en la epopeya griega, en Madrid también hay monstruos, como los cíclopes, pero en este caso no tienen un solo ojo sino un único brazo, largo y brutal metálico brazo, y aúllan cortando el paso en la esquina menos esperada. Monstruos necesarios para el progreso, ¿para el progreso de quién?, el de los especuladores, constructores y empresas inmobiliarias, ¡claro! También hay sirenas, pero éstas no seducen con su canto embriagador sino con luces de neón, anuncios de colores y escaparates rebosantes que golpean, tratando de arrastrar al ingenuo paseante hasta el interior del centro comercial, interrumpiendo el paseo, que deberá convertirse en una lucha contra el medio, remando contra la marea de bolsas repletas de cosas, de gente que no busca nada más que consumir para vivir o vivir para consumir, tanto da. Huir de esas plazas convertidas en casi propiedad de grandes almacenes se torna en una imperiosa necesidad, pues en cualquier momento el paseante puede ser fagocitado por puertas automáticas que chillan sus liquidaciones, sus ofertas “de temporada y hasta agotar existencias”. La existencia del paseante sí que amenaza con agotarse ante tanto truhán que, no contento con invadir cualquier resquicio de espacio urbano con su publicidad y sus mercancías, anhela privatizar hasta el aire que respiramos. Y no es una idea tonta -aunque tampoco queremos dar ideas, que los empresarios ya van sobrados de ellas-, pues el irrespirable aire contaminado parece un castigo de un dios enfurecido que quiere evitar a toda costa que el paseante disfrute de su vagar sin rumbo. Así que, no nos extrañe ver, tiempo al tiempo, calles cerradas en las que respirar auténtico aire puro. Por una módica cantidad, sus pulmones respiraran aire limpio, mientras los panolis tragan humo en las calles aledañas. El capitalismo elevado a la enésima potencia, ¡así da gusto vivir! Y lo que nos quedará por ver…

A duras penas el Ulises madrileño puede escapar de todos estos peligros, pudiendo además ser retenido en su vagar, pero no por la ninfa Calipso ni dama que se le parezca, sino por uno de esos agentes de movilidad que –paradojas urbanas- más bien parecen empeñados en inmovilizar al paseante. Nada salvará al caminante que, ensimismado en su deambular o huyendo de alguno de los monstruos que pueblan esta ciudad, cruce por lugar indebido para lo que llaman peatones y entorpezca el transitar de los sagrados automóviles, ¡dioses de la Nueva Era!, pues recibirá una severa reprimenda por profanar de tal manera la vía pública. Y pobre de nuestro Ulises si trata de razonar con el agente y apelar a su derecho a la movilidad, la de sus pies se entiende, pues tal vez no sean siete los años que sea retenido, como Odiseo por su ninfa, pero sí lo será durante un buen tiempo, obligado a presentar presto la documentación so pena de acabar en comisaría por burlarse de la autoridad competente, tan seria ella.

Y al expulsado de todas partes, al vagante, ya no le queda ni el consuelo de encontrar un cálido reposo en la morada de Alcínoo. Ya no hay lugar donde recordar sus andanzas, donde escuchar con las mejillas enrojecidas por la suave embriaguez a los rapsodas urbanos, donde reír y donde llorar recordando anécdotas de días más felices. El bar y el café han desaparecido prácticamente de la ciudad, expulsados no se sabe dónde, pues parece que ya sólo hay locales de moda, franquicias americanas y antros horteras abarrotados de gente igualmente hortera y vulgar hasta la saciedad. Lugares donde es imposible conversar sin desgañitarse tratando de elevar la voz por encima del atronador altavoz, pareciera que colocado estratégicamente para impedir el divino acto de la palabra. No pensemos tampoco en disfrutar tranquilamente de un buen whisky irlandés: los ojos semicerrados, saboreándolo lentamente, dejándolo unos segundos en el paladar, pues, cuando estemos a punto de llegar a ese clímax cercano al orgasmo, lo más probable es que sintamos hundirse en nuestras costillas el codo de algún tarugo semibeodo que se empeña en jugar al billar, al futbolín o a los dardos sin importarle en absoluto la integridad física del pobre incauto que se sienta a su lado. Ya no se respeta nada. No nos queda ni el reposo del guerrero en la taberna. ¡Hasta aquí hemos llegado!

Derrotado. Será mejor regresar a casa, piensa el paseante. Pero la llegada a Ítaca todavía se alargará por algún tiempo. Nuestro Odiseo esperará, con una paciencia que se irá perdiendo conforme pasen los minutos, el transporte que le devolverá, hastiado, cansado y cabreado, a su casa. Cuando llegue el vagón de carga de ganado que le llevará hasta su morada, se acomodará –es un decir- como buenamente pueda, tratando de no aplastar ni ser aplastado. Y partirá al fin, con lágrimas asomando a las mejillas al ver en lo que se ha convertido esta ciudad, pese a todo amada, dejando atrás el centro urbano rumbo a su isla del extrarradio, donde podrá descansar de su triste odisea, junto a su dulce Penélope a la que, al traspasar el umbral besará apesadumbrado, dirigiéndose, sin cenar siquiera, hasta la cama, durmiéndose maldiciendo, no a los dioses, sino a alcaldes, ingenieros, técnicos, arquitectos y empresarios que han destruido su ciudad, volviéndola irreconocible y acabando con la posibilidad de disfrutar de un agradable, tranquilo y jubiloso paseo.

Y Penélope pensará que su haragán Ulises ya vuelve de una de sus tardes de frívolo vagabundeo, pero lo que no sabe es que ésta será la última, porque han asesinado la ciudad que amaba, porque le han arrancado un pedazo de su alma y Ulises ya no navegará más, se morirá de viejo en su cama, sin volver a vagar a la deriva por las calles de esta ciudad malquerida. Se muere el último de una estirpe: adiós al último flâneur…


domingo, diciembre 11, 2005

La ciudad de las cucarachas



La ciudad de las cucarachas





La ciudad ha desaparecido, de un soplo

fue borrada del mapa

y sus habitantes sustituidos

por miríadas de cucarachas.

Cientos, miles, millones de cucarachas;

pequeños gregoriosamsas que corren

atolondrados sin saber adónde van

ni mucho menos dónde andan.





¿Qué sucedió? Nadie recuerda…

Tal vez despertaron un día, gris

y brumoso como tantos,

y no se reconocieron, ya nunca

se reconocerían ante sus propios espejos

que ahora devuelven la imagen

de pesadilla en que se tornaron

distorsionados sus cotidianos sueños.








Los dibujos que acompañan a este poema pertenecen a la versión ilustrada de La metamorfosis de Franz kafka realizada por el artista argentino Luis Scafati.

jueves, diciembre 08, 2005

Vindicación de la embriaguez frente a la Sociedad de Amuermamiento Isocrónico

Un poco de humor jarryano no viene mal de tanto en cuando...


Vindicación de la embriaguez frente a la Sociedad de Amuermamiento Isocrónico



A Kong Qun, que pertenecía al servicio del templo ancestral del emperador le encantaba beber. El primer ministro le preguntó un día: “¿Por qué bebe tan a menudo? ¿No ha observado que el material con el que los fabricantes de vino tapan las tinajas se pudre al cabo de algunos días o de algunos meses?” A lo cuál él respondió: “Eso no me convence. ¿No ha observado usted que la carne macerada en vino se conserva más tiempo?”

Liu Quingqui


¿Cuándo llegará el momento en que ya no sea necesario recordar que los antialcohólicos son enfermos presas de ese veneno, el agua, tan disolvente y corrosivo que ha sido elegido entre todas las sustancias para las abluciones y los lavados, y una de cuyas gotas, volcada en un líquido puro –el ajenjo, por ejemplo- lo enturbia?

Alfred Jarry


En la tarea que nos hemos encomendado -despertar las adormecidas conciencias, pateándolas si fuera preciso, y derribar los pilares de esta Sociedad de Amuermamiento Isocrónico- nos hemos encontrado a menudo –casi siempre- solos e ignorados, cuando no calumniados. Así, nuestra decidida defensa de la embriaguez como muestra de un lúcido rechazo y una valiente lucha contra la Sociedad de Amuermamiento Isocrónico que nos asola, no ha sido recibida con el apoyo entusiasta que merecía. Peor para vosotros. Nosotros no cejaremos en nuestro empeño. El Amuermamiento gana terreno día a día y cualquier mano que se tienda para tomar la nuestra será bien recibida. Es por ello que desde aquí saludamos a aquellos que avanzan en nuestra misma dirección, como el profesor J. B. Aniseed.

Ha llegado hasta nuestras manos un interesante artículo del célebre profesor J.B. Aniseed, publicado en la prestigiosa revista Journal of Psycho-Pathological Neurotic Sciences, artículo que, desgraciadamente, ha sido obviado por científicos, investigadores y demás cerebros pensantes de este nuestro país. El artículo en cuestión, “Alteraciones de la capacidad intelectual humana por la ingesta asincopada de alcohol: una aproximación metodológica”, recoge las investigaciones del autor sobre los efectos del alcohol en la capacidad neuronal humana. Estamos ante una magna obra que desmiente numerosos tópicos sobre el alcohol alimentados durante siglos por los enemigos más acérrimos de la humanidad: los moralistas, esos petimetres que nos quieren encadenar al aburrimiento.

Aniseed, profesor de la facultad de ‘Pathaphysica de la Universidad Catódica de Varsovia, ha desarrollado una interesante labor investigadora a lo largo de los últimos veinte años. Su investigación ha sido realizada sobre una muestra de más de doscientos individuos, divididos en cuatro grupos según las cantidades de alcohol que acostumbraban a ingerir: 1) abstemios compungidos, 2) bebedores ocasionales, 3) habituales borrachos y 4) alcohólicos empedernidos. Los estudios de Aniseed y sus colaboradores han conseguido demostrar algo que muchos otros habían defendido a lo largo de la historia: las bondades del alcohol sobre la capacidad intelecto-imaginativa humana. Mediante una serie de estudios físico-químicos y una compleja toma de muestras neuro-patafísicas se ha conseguido observar el desarrollo de las circunvoluciones cerebrales embrionarias producidas por el alcohol. Aniseed ha comprobado que los sujetos del tercer y cuatro grupo –aquellos que más alcohol llevaban en el cuerpo- han dado proporciones de entre 100 y 120 en la escala de Genarín, que mide la capacidad imaginativa y la aptitud para la ensoñación, mientras que los individuos del primer grupo no alcanzan más que un mediocre 50. Estos datos, unidos a otra serie de pruebas –que se encuentran recogidas en el artículo en cuestión- no dejan lugar a dudas de las ventajas de los individuos con mayor ingesta de alcohol, que gozan de una mayor capacidad imaginativa, intelectiva y surreal que los abstemios, esos individuos grises, anodinos y proclives a caer en los peores vicios, como el trabajo o la religión.

En cuestiones científicas las prisas son malas consejeras y por ello debemos ser prudentes –estamos a la espera de que se autoricen los experimentos con ratones y primates para contrastar resultados-, pero todo parece indicar que estamos ante uno de los mayores descubrimientos científicos de las últimas décadas, quizás de la historia de la ciencia. Y no podemos sino alegrarnos, ya que, a riesgo de parecer presuntuosos, debemos dejar constancia del papel que hemos representado en este descubrimiento. Fuimos pioneros y nos enorgullecemos al dejar constancia de ello. Muchos recordarán un artículo aparecido en la revista Atolón, cuadernos de crítica extrasomática en el que exponíamos una teoría que a muchos les pareció descabellada y sin fundamento. Era nuestra teoría de “los bisontes y las neuronas”, que sólo unas pocas mentes preclaras –como el profesor Mark de Raisin y el escritor y filósofo F. Labarra- supieron tener en la estima que merecía. En este artículo establecimos un punto de partida para una nueva concepción del alcohol y sus beneficios para la mente. Nuestro testigo es tomado ahora por Aniseed, pero nosotros marcamos el camino.

Nuestra teoría de “los bisontes y las neuronas” partía de un análisis darwinista de la realidad neuronal humana para, mediante una comparación eto-enológica, llegar a la conclusión de que el alcohol estimula el desarrollo neuronal. Partiendo de la tesis clásica de la supervivencia de los más aptos aplicábamos una analogía entre la caza de bisontes por los nativos americanos y el consumo de alcohol como medios de mejora de la especie y de la capacidad intelectual humana, respectivamente. Resumiremos brevemente lo expuesto en ese artículo, remitiendo a su lectura para una comprensión más profunda de nuestra postura.

Los indígenas americanos cazaban bisontes siguiendo los métodos tradicionales al menos hasta el siglo XIX. En esas prácticas de caza tradicional se producía una selección natural, ya que eran los bisontes más vulnerables y menos aptos -fundamentalmente individuos viejos y débiles- los cazados, mientras que los individuos más fuertes sobrevivían, teniendo así más recursos –siempre escasos- para una población en general más apta, vigorosa y saludable. La caza contribuía así a la mejora de la especie, a mantener su dinamismo y su buena salud. Esto cambió con la llegada del hombre blanco y sus armas de fuego, que propiciaban masacres indiscriminadas en las que se acababa con manadas enteras. Es la técnica moderna la que acaba con un ecosistema perfectamente equilibrado y sabio. Nuestro estudio comparaba esta realidad ecológico-cultural con la ingesta de alcohol. Al igual que la caza de bisontes por los indios, el alcohol actúa como un factor externo de mejora de las posibilidades de los individuos –neuronas en este caso- más aptos. El consumo de alcohol favorece que las neuronas más dormidas -aquellas menos creativas, perezosas, subdesarrolladas- perezcan, permitiendo a las que son más activas y sanas un mejor desarrollo de sus capacidades, por lo tanto, permitiendo así una mayor claridad y creatividad del intelecto humano. La historia demuestra la realidad de nuestras afirmaciones, pues son los pueblos hedonistas en los que el placer y la embriaguez, en forma de bacanal, eran entendidos como la forma de vida, las que más han contribuido al bienestar de la humanidad, a las artes y a las letras. Esto puede observarse estudiando la historia de las civilizaciones humanas que en el mundo han sido, desde que Adán comió la manzana o desde que el mono bajó del árbol, según gustos y prejuicios. Por tanto, desmontábamos las absurdas tesis contrarias al alcohol y demostrábamos su potencial como elemento de mejora intelectual y -¿por qué no?- espiritual del ser humano. El alcohol, lejos de ser dañino, como han tratado de vendernos moralistas, médicos y demás gusanos arruinavidas, es uno de los criterios más importantes de civilización del ser humano.

Pero, al igual que ocurre con la llegada de las técnicas modernas traídas por el hombre blanco en el caso de los bisontes, aparecen también intromisiones dañinas que alteran la imaginación y la capacidad intelectiva humana, produciéndose extinciones masivas de neuronas, fenómeno que tan graves consecuencias tiene en el momento actual. Estas intromisiones han existido siempre: religión, puritanismo, trabajo, etc., pero hoy son más abundantes y peligrosas que nunca: televisión, deportes, música pop, publicidad, Coca-Cola, motorización obligatoria… Nos encontramos, por tanto, ante un grave peligro de colapso civilizatorio propiciado por el entumecimiento neuronal que lleva consigo la Sociedad de Amuermamiento Isocrónico. Es, pues, en esta época de pusilánimes, ociosos y aburridos, cuando más importante es promover el consumo de alcohol, reivindicar su papel subversivo y libertario en la historia de la Humanidad.

A la vista de los estudios de Aniseed no podemos sino estar orgullosos de haber contribuido modestamente a los mismos –como bien reconoce el propio autor-, pero también nos encontramos profundamente desolados y apesadumbrados ante las conclusiones a las que nos conduce. Desgraciadamente, y una vez más, la ‘Patafísica ha mostrado a la Humanidad, adelantándose al resto de las ciencias, la terrible verdad: el mundo se va al carajo. El ser humano ha abandonado la embriaguez, tan beneficiosa para nuestra especie, y se consagra a una serie de drogas que amuerman la mente y el espíritu. Pero, aún hay esperanza, si queremos sobrevivir a la deriva a que nos conduce la Sociedad de Amuermamiento Isocrónico debemos recuperar el placer de la embriaguez, abandonarnos a las bondades de la noble actividad alcohólica, recuperar la cultura de nuestros viejos y arreglar el mundo a golpe de carajillo y sol y sombra. Como dijo alguien: “en la estupidez siempre ha estado el enemigo organizado, sobrio y aburrido”, así que luchemos contra ellos con las mejores armas que tenemos, ¡vivat la ivresse!, ¡vivat la bringue! ¡Menos cultura de masas y más apoyar el codo en barra! Sólo así podremos alcanzar el pleno desarrollo humano, mediante una sinergia entre la algaraza integral y el desarrollo de las circunvoluciones cerebrales embrionarias por medio del alcohol: el super-hombre será un borracho, pero un borracho lúcido y consciente.


Maese Huvi y los Amigos de la Embriaguez






sábado, diciembre 03, 2005

Los malos tiempos arderán

Consideraciones sobre los recientes acontecimientos de Francia, y el brillante porvenir del que son heraldos.


I.
Lo que vamos a decir lo decimos sin ninguna ilusión ni tampoco esperanza, ni sobre su utilidad ni sobre la verdad última de nuestros argumentos. Estamos demasiado lejos de los acontecimientos, tanto física como temporalmente, demasiado lejos, demasiado tarde, como para pretender tener ninguna influencia sobre ellos. Estamos lejos, además, de su propia negación, pues a pesar de que efectivamente compartimos una miseria análoga que se debe a las mismas causas, no es sin embargo igual, ni tiene su misma intensidad. Pero nos animan al menos dos deseos: contribuir, junto con los propios actos y a la luz de los mismos, al esclarecimiento del mundo en el que sobrevivimos, y salir en su defensa, allí donde su acción por muchas razones ejemplar merece ser defendida, contra todas las calumnias y mentiras que se han levantado y se levantarán por los enemigos de afuera y los de adentro, y no porque los insurrectos de Francia necesiten esa defensa, sino porque la necesitamos nosotros, los otros proletarios de tez “blanca” y conciencia desteñida, para desenmarañar el tejido de ficciones que nos encadena paralizando nuestra propia ira y nuestra propia revuelta. No pretendemos tampoco idealizar ni glorificar nada, porque nada debe ser ensalzado en el terreno de la guerra social. Tan mísera es nuestra condición, que el más mínimo triunfalismo es otro clavo más sobre el ataúd material y virtual que nos encierra en la vida diferida. Pero por eso mismo, deseamos seguir permaneciendo a la escucha de cualquier signo que venga de cualquier parte manifestando que ese estado catatónico empieza a romperse. Incluso aun cuando después, aparentemente, el silencio vuelva a reinar en Europa: especialmente en este último caso.

II. Los barrios periféricos de los centros urbanos y económicos franceses han sido los protagonistas de una revuelta que ha puesto en cuestión la razón y la legitimidad de los estamentos y la oligarquía europea. La periferia convertida en lugar de almacenaje, no sólo de mercancías ruinosas sino de seres humanos no menos averiados, ha rebasado la mera condición separada de problema urbanístico. Los revoltosos, con la quema de edificios y coches, expresan lo que es ya un hecho indudable: su imposibilidad de gestionar su propia vida y de controlar su destino, porque su vida se desarrolla en la periferia de todo. La violencia de los revoltosos, de aquellos que juegan al escondite con las fuerzas del orden y cuyo signo distintivo es su rostro cubierto bajo las capuchas, demostró contra qué o quienes se dirigía su rechazo. Tras los ataques contra la policía (que presenció cómo las paredes comenzaban a hablar bajo la frase de “policía de mierda”) rápidamente se dio paso a la destrucción de todo aquello que los situaba, inexorablemente, frente a su realidad como grupo social. Es por esta razón por la que los sociólogos no debieran necesitar mayor investigación que la observación de los restos de la violencia y su resultado. El paisaje de guerra del que tanto hablan los medios no es otra cosa que el programa de la revuelta y las exigencias de los protagonistas, que parecen absurdos e incomprensibles sólo al que se niega a comprender, o ha comprendido demasiado bien (hasta el lavado de cerebro o el colaboracionismo) los razonamientos del poder. Basta con oír a estos chicos que supuestamente no saben ni pensar ni hablar. Así se expresan, por ejemplo, tres jóvenes del barrio 112 de Aubervilliers: “es una desgracia pero no tenemos elección, estamos dispuestos a sacrificarlo todo porque no tenemos nada (…) si un día nos organizamos, tendremos granadas, explosivos, Kaláshnikovs…nos daremos cita en la Bastilla y será la guerra”. Pero esto es lo último que espera la dominación, y por eso se empeña en emborronar un discurso que sin embargo es muy claro: se trata de que, bajo ningún concepto, pueda también llegar a ser contagioso.

III. Supermercados y centros comerciales no son sino los indicadores de la opresión económica y la falta de expectativas por acceder a las cuotas de bienestar anunciadas por republicanos y socialistas. Ante su presencia obscena estalla la constatación diaria de la escasez, del inalcanzable estado de cobertura de necesidades básicas para familias de cinco o seis miembros y un solo sueldo, de tal forma que, ante esta verdad inocultable que se vive radicalmente, la propaganda economicista se declara en quiebra y se hunde cualquier ilusión posibilista de lograr “una vida normal” que ya no existe ni existirá para nadie, igual que no se encuentran alimentos sanos o agua pura. Así, la destrucción de los grandes complejos comerciales y de consumo se transforma en la ética y la estética del rechazo, ya que niega el confort anunciado y, más aún, niega todo un modelo de vida falsificada. Por eso el pueblo francés, bajo un supuesto proyecto y destino común, se levantó el día 27 de octubre con los monstruos que crearon treinta años de políticas de exclusión social, política y económica. En este sentido, la democracia francesa (y el resto de democracias con ella) no está en crisis sino que ha sido negada de facto y por la fuerza de la violencia, y no por la violencia juvenil precisamente, sino por la que se ejerce en su nombre y bajo su coartada todos los días, en todas las dimensiones de la vida, y prácticamente sobre casi toda la población. Sólo cuando tal violencia es devuelta por el espejo de la contestación social, es cuando preocupa al poder y por tanto a la opinión pública. Cuando Sarkozy dice que “por supuesto que hay miseria, racismo, desempleo…pero nada puede justificar la violencia gratuita”, es que para el aprendiz de Thiers, sus congéneres y todos aquellos que todavía le creen, cualquier violencia que se levante contra el racismo, la pobreza, etc, etc…es y será siempre gratuita. Porque el escándalo no lo provoca el espectáculo de la pobreza, sino el estallido de los que la sufren, que inmediatamente se intenta pasar por espectacular para así desacreditarla hasta ante sus posibles cómplices. De esta manera el estado de excepción y emergencia vuelve a retirar el velo democrático de su política hacia los inmigrantes al viejo estilo colonial, como cuando administró con mano de hierro Argelia y sus colonias. En este sentido, hoy, igual que ayer, estamos con los que llamaban a la insumisión frente al gobierno francés, pero concretándolo en lo que ya es asunto de salud pública: el ataque contra el proyecto social francés, contra el proyecto social europeo.

IV. No puede sino considerarse bajo la misma línea la deliberada y obstinada acción destructora contra los centros educativos. Si los coches de segunda mano, los supermercados mal (o bien, según se mire) provistos de comida basura y quincallería barata, y los equipamientos miserables del Estado de bienestar residual son los espejismos paródicos de la abundancia y la prosperidad, los colegios y los institutos son la parodia desencarnada de la igualdad de oportunidades y de la posibilidad de ascenso social que la economía predica para no cumplir. Y el fuego que ha devorado a unos y a otros es la previsible respuesta desencantada y furiosa del que despierta de su encantamiento. “Los chavales de 15 años ven que los que tienen 25 y fueron buenos estudiantes siguen en el paro, viviendo en casa de sus padres y sin futuro”, razonaba uno de esos “irracionales” del barrio de Blanc-Mesnil de Saint-Denis, y en sus palabras encontraremos todas las razones de esa furia sin que haga falta que ningún experto añada ni una sola banalidad de más. Así, negado el futuro a los hijos de los franceses, de los inmigrantes ya legalmente franceses, ante los pasmados rostros de sus mayores, esa población potencialmente escolar que ahora ama la gasolina desprecia el sistema educativo por la misma razón que desprecia al propio Estado francés. Ellos, los bárbaros del proyecto de la “vieja Europa”, han sido estigmatizados como la racaille, es decir, la chusma, la gentuza canalla, y han aceptado ese estigma con el tradicional orgullo de los proscritos: como los “mendigos del mar” en la Holanda rebelde del siglo XVI, como los enragés de 1793 o del Mayo 68, como los punks londinenses de 1977. Ellos, los revoltosos, han recogido el testigo y han declarado que, una vez perdido el miedo a salir a la calle, han decidido pelear hasta el final. “Ha venido todo un representante de la República y nos ha llamado escoria, y lo que nosotros estamos haciendo ahora es exactamente eso, actuar como escoria. Hemos comprendido que es la forma de que nos presten atención”, dice un chaval de 15 años de Saint-Denis; “nos ha lanzado un reto y nosotros lo hemos aceptado”, contesta otro de la misma ciudad. “Puesto que somos escoria, vamos a dar trabajo en la limpieza a este racista. Las palabras hacen más daño que los golpes”, se oye en el barrio 112 de Aubervilliers. Por todas partes, la causa está entendida, todo está dicho y todo está por hacer.

V. Con un exceso de modestia o coquetería, algunos rebeldes de Aubervilliers concedían que “no tenemos palabras para explicar lo que sentimos. Sólo sabemos hablar prendiendo fuego”. Hay que decir cuando menos que tal lenguaje es elocuente y eficaz, y nadie puede pretender que no lo escucha. Sirve además para poner sobre la mesa las cuestiones molestas que nadie se atreve a hacer. Por ejemplo, los disturbios han supuesto la propaganda por el acto del urbanismo capitalista, cuya monstruosidad inhumana ya nadie puede negar, hasta el punto de que por toda Francia se están derribando esas torres de tortura de 14 pisos donde la vida sólo podía asarse a fuego lento. Nadie negará tampoco su eficacia, no sólo como campos de concentración diseñados para aislar a las personas de sí mismas y de los demás, sino sobre todo en su función de cárceles invisibles de las que sus presidiarios no se atreven a salir, incluso cuando se han amotinado: la aparente falta de decisión de los rebeldes de llevar los disturbios a los centros de las ciudades, allí donde más impúdicos se exhiben los símbolos de la felicidad capitalista, y más determinante es su destrucción, dice mucho del éxito psicogeográfico de las banlieus como sistemas de represión y aislamiento autorregulados. Pero el concepto de banlieu como basurero humano no se entiende sin la basura que contiene en sus límites físicos, sociales y psicológicos, y su estallido ha contribuido a derribar otro de los mitos favoritos de nuestro tiempo, repetido a veces muy imprudentemente por los que se consideran sus enemigos, a saber, que los inmigrantes “son necesarios” y hasta imprescindibles para asegurar el crecimiento económico y enriquecer la aburrida cultura europea, dando esa pizca de color y alegría que tanto gusta a los fanáticos del turismo exótico y del abigarramiento multiculturalista. Pues bien, dejando a un lado la dimensión cínicamente oportunista de tan miserable cálculo, ya estamos viendo para qué necesita el capitalismo a estos inmigrantes, a sus hijos y a sus nietos, qué utilidad quiere dar la economía a estos franceses de tercera generación: ni siquiera se toma la molestia de explotarlos, ya que le salen más baratos sus hermanos de raza que malviven en África o Asia, y el uso masivo de una tecnología que arrasa tanto recursos naturales como biografías humanas. El único enriquecimiento que el orden espera de ellos es el “crecimiento” a una escala cada vez mayor del famoso ejército de reserva de parados, y el “desarrollo” de la panoplia de terrores securitarios con los que atormentar a la población indígena que también vive en la cuerda floja, para que se mantenga disciplinada y bajo las faldas del Estado policial. Esto es de lo que se dan cuenta los rebeldes de los suburbios: los “treinta gloriosos” y los “milagros económicos” de la Europa de la segunda posguerra y sus espejismos de prosperidad, bienestar y justicia social nunca volverán, no hay margen posible bajo el capitalismo bulímico y ecocida para las promesas reformistas de los políticos y de los arbitristas bienpensantes de la progresía. Como decía el joven antes citado del barrio de Blanc-Mesnil, “la mala situación económica hace que por primera vez haya franceses haciendo el trabajo que antes sólo hacíamos los emigrantes”. Por primera…pero no por última. Cuando vemos cómo por todo ese nuevo mundo feliz occidental cierran las fábricas y se adelgazan las plantillas, cuando comprobamos cómo los escasos “afortunados” que logran el ansiado empleo temporal trabajan 10 y 12 horas por todos aquellos que se quedan aparcados en el paro, entonces no queda más remedio que aceptar, y lo mejor para todos nosotros es hacerlo ya y sin excusas, que cuando el poder habla de modelos de integración de los inmigrantes, reinserción social, reactivación de los barrios bajos, y cualquier otra patraña parecida, simplemente está volviendo a vender humo a nuestra costa. Y ese humo es infinitamente más irrespirable y nocivo que el que ha salido de las hogueras que se han prendido en los suburbios. Así por ejemplo, un sociólogo (y encima de origen argelino) cree encontrar la piedra filosofal asegurando que “hay que eliminar los guetos y hacerlo sin complejos. No se trata de rehabilitar estos horribles edificios de hormigón, hay que derribarlos y tener la capacidad para convencer a la gente que vive en ellos de que su futuro será mejor fuera del gueto, dentro de la ciudad y lejos de los suburbios. Los guetos sólo desaparecen de una manera: fundiéndolos con la ciudad”. ¡Nada menos!, porque semejante reforma, que no sería tal sino ruptura revolucionaria con el mundo desfigurado del capital, exigiría la fundición del orden totalitario que diseña, construye y necesita esos guetos, por lo que podemos preguntarnos quién es el ingenuo, si los críos obtusos y embrutecidos de la ciudad dormitorio, o el hábil sociólogo; sea como fuere, mientras que las autoridades deciden si hacen caso o no de tan brillantes perogrulladas, parece que cierta juventud ya está lo suficientemente convencida de que su futuro no está en el suburbio, y por eso ha empezado a destruirlo sin complejos. La lucidez, como la acción, ha cambiado esta vez de bando: se trata ahora de constatar hasta qué punto lo ha hecho y en qué medida se ha transmitido a quienes, por ahora, no se han sumado al combate.

VI. Pero si el bando que debe perder es capaz de mostrar alguna lucidez, aunque sea parcial, aunque se refiera más a lo que se odia que a lo que se desea, entonces hay que neutralizar sus razones y sus actos por todos los medios, anegándolos bajo el consabido tsunami de mentiras y bajezas. Sólo nos ha sorprendido relativamente que algunas de esas infamias provengan de los así llamados revolucionarios, que se rebajan difamando a los revoltosos tachándolos de quemacoches al servicio del Estado y sus estrategias policíacas de provocación y miedo. Sin descender a tanta y tan obvia podredumbre, que parece contentarse con que el oprimido rumie en manso silencio su humillación cotidiana hasta que el lenin de turno (y de bolsillo) dé permiso para iniciar el levantamiento, es necesario discutir otros lugares comunes que, por serlos, alcanzan a un número mucho mayor de personas a las que la dominación desea quitar cualquier tentación de comprensión o simpatía hacia los rebeldes. Es evidente que el espantajo de la violencia es el plato fuerte de cualquier menú que se prepare para tales menesteres de intoxicación ideológica y miedo social. Violencia que, sin embargo, los pocos observadores honestos han reconocido como mucho menos salvaje e indiscriminada de lo que se ha dicho, y ejercida además, en general, con plena conciencia de la gravedad y consecuencias de la misma: “es una desgracia”, admitían los jóvenes de Aubervilliers, y como ellos muchos otros, sin rastro de exhibicionismo o crueldad. Nada tiene que ver por otro lado una violencia colectiva y espontánea que se levanta contra la opresión cotidiana que un buen día ya no se soporta más, por muy lamentables y arbitrarios que sean sus daños colaterales, y la violencia sistemática, hobbesiana y gangsteril de las bandas neofeudales y misóginas toleradas (y alentadas) por el poder. Más bien todo lo contrario, pues lo que ha sucedido no es el despliegue habitual de anomia afectiva, sensibilidad descompuesta, agresividad tribal, matonismo chulesco y aburrimiento letal que coexisten junto con otras realidades muy distintas en los suburbios (sería asombroso que en un mundo en ruinas aquellos que sobreviven bajo los más hondos cascotes se mantuvieran absolutamente puros, para mayor sosiego espiritual de los que todavía vegetan en los estratos superiores), miserias que han sido metabolizadas (y banalizadas) como una desgracia natural inevitable por los mismos que tanto se escandalizan ahora, sino el intento de su abolición por la vía práctica del enfrentamiento a cara de perro con el sistema que ha engendrado esas lacras (de las que por cierto nadie está exento) y todas las demás. Es por esta razón que esa violencia, antes tan llevadera, tan irrelevante para los jerarcas de la dominación que no suelen vivir allí (y algo menos para los que la sufren como propina adicional del terror que les administra el Estado y la economía), se revela de repente como intolerable. Por eso el espectáculo se ha regodeado con las imágenes, a veces dolorosas, a veces miserabilistas, de colegios y guarderías quemadas, buscando la empatía fácil y el reflejo condicionado contra los rebeldes, pero se ha cuidado muy mucho de hablar, por ejemplo, de las sucursales bancarias que también han ardido (si no lo han hecho más, es porque hasta los bancos desertan de las banlieus). Por otra parte, no deja de tener cierto interés que los últimos informes judiciales ofrezcan un retrato sociológico de la revuelta en las antípodas de los clichés que se nos quieren vender: entre los primeros encarcelados, hay 562 adultos por 577 menores, y “la mayor parte de estos menores no tenían ningún tipo de ficha policial, estaban escolarizados en centros de formación profesional o incluso realizaban estancias de aprendizaje y no procedían de familias especialmente desestructuradas, ni tampoco polígamas, como se apuntó desde un miembro del gobierno” (El País, 27-11-2005). Según estos datos, si clases peligrosas ha habido en esta revuelta, han sido las de siempre, lo que no impide (ni nos da ni frío ni calor), por supuesto, que aquellos que el poder llama “delincuentes juveniles” aportaran su granito de arena. Pero da la impresión de que aquellas bandas que en efecto atormentan la vida cotidiana de los habitantes de los suburbios (especialmente de las mujeres, bajo el fuego cruzado del integrismo islámico y de la violencia sexual neomachista), no son las que más se han destacado precisamente: quizás porque son antes bien los socios de la policía que sus enemigos. Da lo mismo. “No somos vándalos, somos rebeldes”, intentaban aclarar los de Aubervilliers. Nadie les hará caso: para su desgracia o no, ser rebelde hoy pasa necesariamente por ser también vándalo.

VII. Como era de esperar en una sociedad que adula a la juventud por su “rebeldía” siempre que la consuma virtualmente y no pretenda experimentarla en la realidad, el origen juvenil y adolescente de los protagonistas de la revuelta también está siendo utilizado para desacreditarla. Se insiste así en su infantilismo, expresado no sólo en el absurdo aparente de la destrucción indiscriminada, sino también en el carácter de juego inconsciente y emulación compulsiva que demuestra. A continuación se habla de los juegos de ordenador, de la realidad virtual, de la “generación game-boy”, de los “pobres chavales” autistas que reflejan en su violencia ciega los mecanismos de deshumanización y competitividad que han aprendido de la misma sociedad que les aniquila, porque todo lo explica y a plena satisfacción la playstation maldita, como si sólo los cabecitas negras del arrabal jugaran con esos chismes, o fueran los únicos afectados por su radiación venenosa. Se utilizan de paso las propias palabras de los jóvenes suburbiales, que se quieren entender única y exclusivamente en el sentido que más conviene, cerrando el paso a cualquier otra interpretación que matice o corrija la versión interesada. Pues si es cierto que en estos comportamientos puede haber mucho de la herencia maldita del vacío encarnado en la irresponsabilidad de mercado y en la adicción enfermiza a la ultraviolencia, igual que pueden dar pie a su recuperación bajo la forma mediática y comercializable de nuevos y excitantes deportes de riesgo, no lo es menos que se deben también a otras instancias, y que entroncan con otros árboles genealógicos. En efecto, los desafíos entre las bandas rebeldes para ver quien ofrece los fuegos artificiales más fastuosos a sus vecinos, quemando los trofeos de la riqueza y del poder, pueden venir tanto de la contaminación mediática como ser la gozosa reactualización de la institución del potlach, y, si salvajes son, que se les conceda al menos el derecho de regresión a las viejas y buenas costumbres de los pueblos primitivos, sin ponerles bajo la perpetua sospecha de cretinismo multimedia. Pero fue Fourier quien mejor explicó las virtudes de la sana emulación entre los grupos revolucionarios que se retan en el juego de la subversión, y por una vez que no ha sido la economía quien ha recuperado sus teorías (y poco importa si a Fourier se le lee o no en el gueto: las buenas ideas, si los son, siempre acaban encontrando a quien las confirma en la práctica), no vamos a escandalizarnos…De la misma manera, los expertos aprovechan un comentario de los revoltosos acerca de que prefieren quemar coches en vez de contenedores “porque hacen mucho más ruido”, para reírse de esos jovenzuelos que confunden la realidad prosaica con los efectos especiales de la consola, cuando el principio básico de toda guerrilla que se precie es hacer el mayor daño posible, llamar la máxima atención, con el menor coste en los medios utilizados. En todo caso, y como se ha sugerido ya, no es tan malo que ciertas quimeras del inconsciente colectivo, que a veces se cuelan por la pantalla aparentemente más banal en la forma del rap o de la mitología degradada de Matrix, empiecen a materializarse en la calle, especialmente si se trata de los fantasmas de la subversión. ¿Acaso lo imaginario no era lo que tendía a ser real?

VIII. Sin duda es mucho más perniciosa esa mala reputación que acusa a los jóvenes de estar separados de sus padres y de las generaciones adultas, y a todos los negros y magrebíes de estarlo respecto a sus vecinos blancos. Respecto a lo primero, se ha puesto en primer plano la angustia de la joven madre soltera ante la guardería quemada, o la del trabajador ante el utilitario abrasado, imprescindible para su supervivencia. Hay que entender tal angustia y tal desesperación en unas gentes que los golpes han moldeado demasiado bien, y que por una intuición muchas veces acertada sólo esperan del acontecimiento nuevo lo malo de siempre. Pero teniendo razones, la razón decisiva no está de su lado sino de sus hijos, pues aunque dolor cause, pretende terminar con el dolor y con sus causas. En este sentido, como en la Intifada palestina de los años 80 o el levantamiento antirracista del Soweto de 1976, la revuelta lo ha sido tanto contra los padres como contra el Estado, el racismo y la economía, en cuanto que los adolescentes rabiosos han hecho lo que las generaciones anteriores, en su gran mayoría, no se atrevieron o no pudieron hacer. Así, cuando se habla del déficit de autoridad de los cabezas de familia “porque no llevan un sueldo a casa”, no se cita otro tipo de respeto, tan importante o más que el anterior: el que nace de la resistencia cotidiana a la opresión, que, aun desde la derrota, se transmite a los hijos como el mejor ejemplo que se puede dar en la vida. Hay aquí un desgarro generacional que no puede satisfacernos, puesto que su mantenimiento y exacerbación conviene, sobre todo, al sistema que lo ha hecho nacer; pero es un desgarro del que en último término estos adolescentes no tienen la culpa, más bien son su producto y, tal vez, su solución, a poco que tal brecha se colme y la ira con ella. Por otro lado, sería verdaderamente sorprendente que los medios de comunicación dieran voz a los vecinos que sí puedan estar de acuerdo, en mayor o menor grado, con la revuelta de sus hijos; al contrario, siempre enfocarán al que se queja y no comprende tanta furia desatada. Sin embargo, como en todas las revueltas de este tipo, esas complicidades existen, y no hay mejor ejemplo que la ridícula concentración “por el fin de la violencia y la discriminación” convocada el día 11 de octubre por Banlieues Respects, “un colectivo de 165 asociaciones sociales de los barrios de las periferias de las grandes ciudades francesas”. Como un periódico tuvo que admitir con desgana, tal demostración de fuerza de la mayoría silenciosa, adulta y reformista de las banlieu atrajo a…”no más de 300 personas, de los cuales una buena parte eran miembros de los medios de comunicación, y pocos los que habían viajado desde las zonas que han sufrido la violencia de estas dos últimas semanas”. La anunciada Marcha de la Paz que debía seguir a esta concentración “fue anulada”. Sobran los comentarios.

IX. Podríamos decir algo parecido respecto a los que rebuznan que esta revuelta sólo es la expresión de las tribus negras y árabes, sin relación posible con los proletarios franceses de pura cepa y sus “luchas”, y que por lo tanto está aislada y no puede tener trascendencia alguna. En realidad, como en la rebelión de Los Ángeles de 1992, o en los disturbios de Brixton de 1981, los jóvenes blancos perdedores se han sumado a la rebelión con tanto ímpetu como sus hermanos de otro color, mal que les pese a Le Pen, a los islamistas y al Estado, que medran por igual de las separaciones étnicas artificiales y sólo temen que puedan disolverse primero para disolver después el chantaje económico. Y así a veces, las buenas noticias son tan buenas que ni el espectáculo puede ocultarlas por completo. “El perfil sociológico de los detenidos corresponde a la población de los suburbios: abundan los jóvenes hijos de emigrantes, pero también los apellidos estrictamente franceses, los cabellos rubios y los ojos claros”, reconocía con no menos desgana el mismo periódico. No es otra cosa la que se escucha en los arrabales. “Los alborotadores son magrebíes y subsaharianos, pero también franceses de toda la vida que, hartos de tanta injusticia, salen a la calle; en este barrio todos sufrimos la injusticia”, se dice en la banlieu de Toulouse, como se podría decir en cualquier otra parte donde reine la miseria pero todavía no la resignación. Lo mismo valdría para la tan cacareada inspiración islamista de los disturbios: ninguna prueba lo confirma, y los insurrectos se han cansado de desmentirlo con sus palabras (“nadie nos controla, ni los caids de la droga ni los imanes islamistas”) y con sus actos (no haciendo ningún caso de los llamamientos a la calma de las mezquitas y sus fatuas adormecedoras al mejor estilo de los estalinistas de antaño). Pero lo que importa es negar la evidencia y, mejor aún, suprimir las palabras del suburbio y su sentido: éstos que son invisibles, que no importan, tampoco tienen por qué hablar y mucho menos ser oídos. Ni entendidos.


X.
Al mismo tiempo que los modernos proletarios de Europa jugaban con fuego y “se quemaban”, en Asturias varios mineros se encerraban en protesta por sus condiciones laborales y de vida. Estos hechos visualizan la evolución del concepto de clase y de la conciencia de la explotación por parte de los derrotados. Vieja y nueva clase toman su relevo y adelantan lo que será una realidad en unos cuantos años en todo el continente. Pero en este baile, los bailarines se mezclan formándose parejas inesperadas y prometedoras: si ponemos en relación la negatividad de los motines que nos es vendida como suicida, nihilista y enloquecida, con otros conflictos sociales que sólo merecen ese nombre porque comparten la misma desesperación, empezaremos a ver más claro. En efecto, más allá de que provengan de una misma opresión, no tiene mucho sentido relacionar las actuales revueltas con las huelgas generales de aquí o de allá, las marchas de parados o las performances reivindicativas de los tunos de Bellas Artes: mejor hacerlo con conflictos como el de la fábrica de Cellatex en julio de 2000, donde los trabajadores amenazados de despido amenazaron a su vez con volar la fábrica y los productos químicos que albergaba si no se les daba una salida mínimamente digna, arrojando al río un poco de sosa cáustica y de ácido sulfúrico para demostrar que la pantomima no era su fuerte, excelente ejemplo que fue seguido por los obreros de la Moulinex de Cormelles (que incendiaron parte de las instalaciones) o los de la fábrica de cerveza alsaciana de Adelshoffen (que se aprovisionaron de bombonas de gas por si acaso), por no citar sino los conflictos más famosos de una reacción en cadena de “terrorismo social” (como lo llama el siniestro European Foundation for the Improvement of Living and Working Conditions, ellos saben por qué) animada por el “síndrome Cellatex” en el verano de 2000, y que se prolongará al año siguiente en las factorías textiles de la firma Mossley con la quema de máquinas, mercancías y oficinas. También los periódicos (y los ecologistas orgánicos y los revolucionarios del Régimen) hablaron en estos casos de suicidio, nihilismo, locura, como lo hacen siempre que se encuentran con lo incontrolable que hoy, por desgracia, tiene que presentarse con tan oscuros títulos para serlo de verdad. Las mismas acusaciones se lanzan, por ahora en Francia o Inglaterra y muy pronto por todas partes, contra esos nuevos obreros salidos de los suburbios, malos estudiantes ayer y peores trabajadores ahora, que no contentos con escaquearse todo lo que pueden escuchando y bailando música, bebiendo vino o hablando por el móvil, saltan sin previo aviso e “irracionalmente” a la mínima provocación de sus capataces, sin dudar en recurrir a la violencia y sin pararse a pensar en las obvias consecuencias de despido y, si las cosas han ido demasiado lejos, cárcel (1). No discutiremos que tal negatividad sea a su vez reflejo de la negación de la vida que practica el capitalismo, y que en sí es insuficiente. Pero nos interesa señalar que existe, y que existe fuera de todo cálculo y de toda razón, especialmente de la Razón de Estado (2), y que es en esa existencia y no en otra parte donde podrán encontrarse, si lo hacen, las diferentes revueltas, los verdaderos deseos, las nuevas utopías. Por nuestra parte, y para empezar, sólo podemos volver a decir que no será el miedo a caer en la ingenuidad el que nos haga bajar tales banderas.

XI. La cantinela mediática gusta también de mostrar un hipócrita asombro ante la destrucción “gratuita” (¿ahora también hay que pagar para participar en un levantamiento?) de los mismos barrios y propiedades de los alborotadores, calamidad incomprensible propia de estos tiempos desnortados. Se dice además que esta destrucción ciega es inédita en la historia, que nada parecido había pasado antes en ninguna revuelta, y menos en una revolución; y que este dato vuelve a demostrar el carácter alienado y alienante de estos desenfrenos de furia baldía, buena para nadie, si no lo es para la dominación que en última instancia, quién si no, ha teledirigido los acontecimientos. Dejando a un lado las consideraciones que ya hemos apuntado sobre el valor de uso real de esos barrios y esas propiedades, así como del problema de la violencia que el poder llama irracional porque no es suya, habría que preguntarse ahora dónde está esa supuesta novedad histórica en el comportamiento de estos nuevos bárbaros, novedad que les descalificaría irremisiblemente ante el recuerdo de otros bárbaros que, si lo eran, eran bárbaros ilustrados, homologados, diríamos que de pata negra para esos buenos conoisseurs universitarios aficionados a la Historia Social que se deleitan con las luchas pasadas para aborrecer las actuales y, sobre todo, las futuras. Porque, ¿cómo se comportaban acaso los rebeldes de Los Ángeles de 1992? ¿Y los de Brixton, Toxteth, Lyon o Marsella en 1981? ¿Y los vecinos rabiosos del barrio de Watts de L. A. en 1965? ¿Y los de los guetos del Johannesburgo de los tiempos del apartheid? ¿Y las mil y una batallas de la guerra civil perpetua que se libra en las villas miserias, favelas y bidonvilles de todo el tercer mundo, del caracazo de 1989 al estallido de la Argentina de diciembre de 2001? ¿Y las mismas sufragistas de principios del siglo XX, burguesas que destruían escaparates y mercancías burguesas en nombre de unos derechos –que fueran limitados es otra cuestión- que la burguesía patriarcal no quería reconocer? Y esto por no hablar de otros movimientos que tenían las ideas más claras, la sangre más caliente y los puños más prontos. No hay nada nuevo en estos furores: los marginados suelen empezar por destruir el decorado deprimente e insoportable de su marginación, iniciando de paso la reapropiación urgente de los bienes de primera necesidad por la vía del saqueo y del pillaje, lo que siempre es muy bueno, aunque no acierten después a destruir todo lo demás, lo que sería mucho mejor.

XII. Lo que dice esta gente tampoco resulta desconocido. “No queremos dialogar con el gobierno; nuestros padres, nuestras familias ya han recibido demasiados abusos tras sus discursos. El diálogo se ha roto definitivamente, no penséis en adormecernos. No podréis manipularnos, a pesar de la utilización de imanes y portavoces que empujáis a que hagan llamamientos a la calma (...) La sociedad nos ha creado, lo que prueba que esta civilización corre a su pérdida. No tenemos nada que perder, preferimos morir rodeados de sangre que de mierda”, aclaraba un panfleto firmado por unos “Combatientes de la revuelta del 93”, y esas palabras se han pronunciado en otras bocas y en otros tiempos y lugares (3): por ejemplo y para no ser reiterativos, este mismo año en Nueva Orleáns, donde otra “canalla”, por razones distintas pero no tanto, también saqueó. No vamos a caer en la adulación y en la tentación de afirmar que estas palabras y estos actos constituyan el único programa revolucionario posible. Todo lo contrario: quizás sea el que más se equivoca, precisamente por ser el más radical. Pero es que la guerra social hoy es así: fea, vulgar, equívoca, tan convulsiva como episódica, lastrada por mil adulteraciones del abyecto espíritu de la época, y seguramente condenada al fracaso, una y otra vez. Sin embargo, más allá de cualquier aprobación o condena teórica, práctica, moral, estética o pret-a-porter, es la guerra social que nos ha tocado vivir en el peor de los mundos posibles, porque es el que menos opciones da y dará para su hipotética superación. Negar una revuelta que pasará a la historia como la primera gran toma de conciencia en Europa por parte de sus nuevos explotados, que ha obligado al Estado a tomar medidas de excepción que no se adoptaron ni en el mayo 68 (decisión que, no lo dudemos, nunca agrada al poder en cuanto que permite atisbar que no está tan seguro de sí mismo y que le castañean los dientes al primer atisbo de enfrentamiento serio), que se ha contagiado a otros países, que no va a desaparecer tan fácilmente de la memoria de los insurrectos por mucho que se empeñe el espectáculo, y que ni siquiera ha terminado sino que se ha transformado en una revuelta de baja intensidad, negar su cualidad radical porque hay platos rotos, o porque falta programa, programa, programa, o porque no se aprecian sus frutos inmediatos, o porque tenga efectos “contraproducentes” cuando lo verdaderamente contraproducente es que se extinga la idea misma y la práctica real de la revuelta, es falsificar el problema en vez de ayudar a su resolución.

La revuelta ha llegado, y lo ha hecho para quedarse. Los inmigrantes, y con ellos todos los proletarios que a base de sangre, sudor y lágrimas reaprenden que lo son, han pasado de dar las gracias a exigir su derecho a vivir. Por todos los medios necesarios. El dilema es bien sencillo y ya se planteó en 1977: ¿Te haces con la situación o acatas órdenes? ¿Vas hacia atrás o vas hacia delante?


NOTAS

1. Hasta tal punto ha llegado la “falta de respeto” y la ingobernabilidad de estos trabajadores sauvageons (salvajes, insociables) salidos de las banlieus, que se ha propagado una ola de depresiones y bajas laborales entre los jefes de personal y de recursos (in)humanos. El síndrome de la enfermedad vergonzosa, la llaman, porque ningún directivo quiere reconocer que ahora, por una vez y para que sirva de precedente, es él el maltratado en vez del maltratador. Un detallado análisis de tan delicioso fenómeno puede ser leído en Echanges nº 99, invierno 2001-2002: Cuando las empresas buscaban asalariados “honestos y manejables”, H. S.

2. Debería ser innecesario contestar a los reprimidos y a los tristes que sólo ven en las revueltas única y exclusivamente las maniobras del poder, que se serviría de ellas para dirimir rencillas dentro del gobierno francés, facilitar el control parapolicial de mafias y mullahs, o incluso hasta para lanzar un Plan Renove más grosero de lo habitual. Maniobras hay, y para todos los gustos. Pero también acción autónoma de los resentidos con causa, porque de ninguna manera toda reacción popular está ya prevista y descontada por el poder. Tal apriorismo significaría, como decía el Grupo Surrealista de Chicago ante parecidas acusaciones en los días del levantamiento de Los Ángeles, “reducir a las masas al estado de meros objetos de la historia, víctimas inevitables de una autoridad omnipotente” (Tres días que estremecieron el nuevo orden mundial, 1992). Puede que así lo sean a veces, pero no siempre, ni totalmente. Por eso se rebelan: ese es el único sentido de la historia que todavía les queda, y es que, en materia de rebelión, ninguno de ellos necesita antepasados. No es poco: si a los insurrectos les falta tal vez teoría revolucionaria (y a quién no), les sobra en cambio, como a sus camaradas de Los Ángeles, una nueva conciencia radical que no admite recuperación posible.

3. “Para el poder y los que piensan como él, los saqueadores del 1 de diciembre no se oponían a nada, puesto que nada reivindicaban (…) Y en efecto, si no han rechazado nada en particular es porque rechazan todo lo que emana del pútrido orden mercantil, amo y señor de todo lo que existe. Los amotinados habían abandonado toda consigna particular y plasmaron en la fachada del edificio saqueado el programa que habían esbozado sobre el terreno: “Muerte al Kapital” (Defensa incondicional de los vándalos del 1 de diciembre, diciembre de 1988, Unos Caníbales). “Algunos imbéciles afirman que la juventud de hoy no tiene que rebelarse, sino integrarse. ¿Integrarse a qué? ¿A un barco que ha naufragado? ¿Al comercio polucionante que llamamos economía? ¿A esta película inconsistente donde el aburrimiento lujoso de una minoría prospera sobre la opresión real de la mayoría de la humanidad que llamamos sociedad moderna? En esto consiste el equilibrio: en la domesticación de los seres humanos” (Volcán de otoño, diciembre de 1986, Marie-Jeanne). “Provocadores, anarquistas, comunistas, punks, rojos, heavys, mods, rockers, macarras y sinvergüenzas, toda esa fauna nos concentramos allí, no sólo por reivindicaciones estudiantiles, sino porque también estamos hartos del paro, de la mili, de la democracia burguesa, de la represión policial, de las cárceles (…) Y es que está muy claro: no hay futuro para nosotros. La violencia estatal genera violencia en la calle. Si se desata nuestra violencia es porque tenemos que sufrir la violencia social día a día. No se extrañen, pues, del vandalismo de los jóvenes. Cabría preguntarse quien es el más vándalo aquí, si nosotros o el sistema en el que, por desgracia, nos ha tocado vivir. Que no digan que la violencia nunca está justificada, porque en nuestro ambiente la violencia es obligada” (declaraciones de un joven “provocador” a El País, citado por Miguel Amorós en Informe sobre el movimiento estudiantil, 1987). “No tenemos ningún porvenir que pueda calmarnos. Nos quieren carne de fábrica o carne de prisión: y no queremos ser ni la una ni la otra. Escandalizamos, porque no tenemos ningún fin positivo cuya satisfacción pudieran administrar nuestros enemigos. Somos totalmente negativos, y ahí reside nuestra fuerza” (Expedición sin retorno, otoño de 1981, Les fossoyeurs du viex monde). Releyendo estas declaraciones, tan similares a las de hoy, que se escribieron y dijeron en otras épocas y respecto a otros conflictos (un motín en Zaragoza que desbordó la campaña de preparación de la huelga general del 14-D de 1988, las manifestaciones estudiantiles francesas de 1986 y españolas del año siguiente, las revueltas inglesas y francesas de 1981), hay que reconocer que los insurrectos de 2005 no viven completamente sumergidos en el vacío de la memoria histórica del que se ha hablado (y que en efecto existe), ni han olvidado las viejas verdades antipolíticas de la guerra social: al menos, saben recordarlas por intuición, o las redescubren en la calle por necesidad. Los dos procesos suelen actuar unidos.



Manifiesto colectivo:

Grupo Surrealista de Madrid

Colectivo de Trabajadores Culturales La Felguera (Madrid-Tenerife)

Oxígeno (Logroño)

Las malas compañías de Durruti (Logroño-Zaragoza)

Fahrenheit 451 (Madrid)


Noviembre 2005